martes, 25 de agosto de 2009
Nada por la patria. (y 65)
Con este post acabamos la serie dedicada a "Nada por la patria", el libro que escribió Iván Tubau en 1999.
En el mundo hay ricos y pobres. Los pobres son pobres porque los ricos son ricos. Los ricos son ricos porque los pobres son pobres. Me lo dijo, cuando yo era chico y vivía refugiado en Occitania, un maestro de escuela español sin escuela, un viejo republicano alpargatero que hablaba con trompeta porque una bala de los nacionales le había dejado sin laringe. Nunca lo he olvidado. Siempre he sabido que eso era lo más importante.
Aparte del sexo, claro.
El resto es literatura. Que es de lo que se trata aquí hoy. No se me pide teoría ni historia -se encarga de ellas Miguel Siguán-, sino testimonio personal. Allá voy, y procuraré no repetir lo que dije hace unos meses, cuando Lateral me pidió algo parecido.
Tras afirmar, en su impagable prólogo a mi poemario "La quijada de Orce" (Lumen 1997), que en contra de lo que suele creerse apenas hay en verdad poetas bilingües. Pere Gimferrer me hacía el honor de depositarme en una excepcinalidad donde moraban ya Brodsky, Cunqueiro y Gomis: el islote de quienes escriben poesía en dos idiomas a la vez, español y catalán en mi caso. Mucho me temo que estoy a punto de abandonar esa ilustre compañía, tan grata: los poemas que he escrito desde entonces con vocación de libro han nacido y crecido, como los más de Orce, en español.
Afirmaba el autor de Arde el mar (1966) y Mascarada (1996) que el mismo era uno de esos poetas que, "habiendo iniciado su escritura en lengua distinta de la materna (adoptaron) luego ésta de modo definitivo como vehículo de expresión poética". La cita es literal porque creo que en la palabra materna está la clave del asunto. Siento que estoy abandonando la poesía en catalán porque la "lengua literaria" de Pompeu Fabra no es la lengua de mi madre.
Mi madre, que era del Ripollés como mi madre y mis abuelos y abuelas, decía siempre barco al hablar de esa cosa grande que flota. La normativa exige que se escriba vaixell, término cuyo valor genérico se sacó de la manga no se sabe bien quién (con valor específico el bajel existe en todos los idiomas de la Romania). Mi madre, como cualquier catalán de lengua materna catalana, decía siempre des de que. La norma impone des que, fórmula que, hasta donde alcanza la memoria de los más viejos del lugar, nunca ha existido en la lengua viva usual. No puedo escribir en mi lengua materna. Eso me paraliza. O, por lo menos, me incomoda sobremanera.
Transgreda usted la norma, me dirá alguien acaso. Tampoco puedo. Si lo hago, el maldito barco y el delictivo des de que protagonizarán de modo impertinente mis versos, convertidos en desafío insólito como en su día la "intelijencia" de Juan Ramón Jiménez. Y eso no encaja en la muy determinada opción estilística de mi escritura poética, bastante juanramoniana por cierto en cuanto al uso del idioma. No tengo salida.
Hay más, por supuesto. La literatura es siempre una cuestión formal, pues que la forma es el fondo y el fondo la forma (véase el asunto de los pobres y los ricos en el primer párrafo). El estilo, y acaso más aún la poesía, consiste en copiar de memoria, a sabiendas o no, las lecturas más hondas de esa etapa que va del fin de la infancia al fin de la juventud. Y ahí mis lenguas "maternas" son el francés y el espñañol, osaría decir que incluso el italiano, antes que el catalán. Proust y Quevedo, Cervantes y Stenhal y Mérimée el austero y los Finzi-Contini y Zavattini, O´Neill traducido por León Mirlas, el Kerouac de un porteño olvidado, el guardián entre el centeno de Alianza y Bogart doblado al español, Feniore Cooper en francés, el Whitman de Borges o el de León felipe o el mejicano de Novaro, las coplas de Manrique y el milagro en verso de Juan de la Cruz, todo el 27 y además Gil de Biedma, los mil besos del bolero y mi Buenos Aires querdio, el meteco veinteañero de Moustaki, las hojas muertas de Prévert cantadas por Montand, la libertad de Éluard, los ojos de Elsa, el gorila de Brassens... Todo eso está detrás de mi escritura mucho, mucho más que el Canigó de Verdaguer, la vaca ciega de Joan Maragall, las soledades de Víctor Català y todos los versos de Carner, de Riba e incluso -no sé si debiera decirlo- del divino Ausias March o el entrañable Salvat-Papasseit, leídos tarde. Tal vez demasiado tarde.
Sigo escribiendo artículos en catalán. Me pagan por ello y las diatribas más feroces contra el nacionalismo me gusta escribirlas en la lengua de mi madre. Pero como poeta bilingüe, o apunté más arriba, voy camino de lo irrecuperable. No es grave. Ni siquiera tengo mala conciencia: en 1953, en su famoso Madame se meurt..., Gabriel Ferrater diagnosticaba que la cultura en catalán se estaba muriendo y que no iban a remediarlo los poetas. Mil años antes, Paul Valéry había recordado en Barcelona que occitania murió de ser solo poesía.
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