lunes, 24 de agosto de 2009
Nada por la patria. (63)
Aracil, somos coartadas del sistema tan necesarias para él como los pobres virus debilitados y moribundos para que la vacuna permita al sistema inmunitario entrenarse, crear anticuerpos y llegado el momento de la verdad vencer la infección y si no nos ven lo bastante débiles y moribundos ya nos irán cortando cada día un poquito más la lengua, preferiblemente la española, aunque sea a costa de hinchar un poquito, solo emblemáticamennte por supuesto, la catalana, porque una lengua de siete millones es más fácil de anestesiar que una de 400, del mismo modo que Kosovo es más manejable que toda Yugoslavia y etcétera, ya lo sabes tú todo.
Y sin embargo, Aracil, déjame decirte que al menos aquí tal vez lo más duro de la tormenta haya comenzado a pasar, y espero que de este libro se haya podido desprender el convencimiento, no sé hasta qué punto voluntarista, de que peor de lo que hemos estado no podemos estar. Por de pronto, ser consciente de cuál es la situación es el primer paso para empezar a cambiarla. Y no sigo por este camino porque pronto empezaría a parecerte un marxista de manual y me llamarías progre o hippy, que para ti es sin duda más peyorativo que para mí judeocristiano o psicoanalítico.
Pero figúrate, Aracil, que pienso que no todo está perdido, que Miguel Riera, que me perseguía por La Farga de L´Hospitalet cuando me iba porque los presuntos comunistas se pusieron a cantar Els Segadors, ahora me manda un libro de Rosa de Luxemburgo sobre los nacionalismos, y no veas cómo ella y Kautsky y los demás marxistas y Marx mismo dejaban claro que los nacionalismos ya eran reaccionarios en el siglo 17, y en El Viejo Topo Jordi Ibáñez Fanés, que es hijo de Ibáñez Escofet, pero está en el Foro Babel y hace una síntesis estupenda del del ya muy sintético "Nacionalismo", el testamento de Ernest Gellner sobre el asunto, cuenta de entrada lo que es haber vivido en una familia nacionalcatólica catalana, no solo en función de lo materno sino también de lo paterno. Déjame terminar citando dos textos ajenos que si fuera comunicador -que no lo soy porque soy periodista y en estos momentos profesor para poder hablar contigo en primera persona- me incitarían al optimismo.
(SEGUIRÁ)
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