lunes, 3 de agosto de 2009

Nada por la patria. (51)


La lengua es el asunto más grave en las escuelas de Cataluña. Pero también resulta el más fácil de resolver. Es un falso problema: basta pensar a favor de las personas físicas y no de las esencias patrias para que se esfume.
La lengua no debe ser de los políticos nacionalistas, sino de la sociedad. De la gente. En Cataluña, en nombre de la nación, se le ha robado la lengua a la gente. Con lo cual el catalán es más que nunca lengua de aula (todos los niños y niñas lo aprenden por narices) y cada vez menos lengua de patio: empieza a considerarse con alivio como signo de libertad pasarse al castellano en cuanto el policía lingüístico descuida su fatigosa vigilancia.
Sin embargo, la solución final se perfila en Girona. Allí un profesor de psicología, Josep Maria Serra, se doctoró con una tesis sobre inmersión lingüística en una veintena de escuelas públicas de Cornellà, Santa Coloma de Gramenet, Ciutat Badia, Barcelona (Zona Franca, Nou Barris, Ciuat Vella) y Sant Joan Despí. El ya doctor Serra comparó un grupo de 322 inmersos con otro de 266 que no estudiaban en catalán. Ambos grupos eran de cuarto de primaria (9 años, curso 1994-95), lengua materna castellana y bajo nivel sociocultural.
La inmersión, según el dotor Serra -y al contrario de lo que apuntan estudios anteriores significativamente inéditos-, favorece el aprendizaje escolar general, sobre todo en los infantes con coeficiente intelectual más bajo. Mejoran especialmente en matemáticas, pero también en castellano, "porque -asegura Serra- desarrollan las capacidades del lenguaje que facilitan el aprendizaje de cualquier lengua".
¿Cómo es posible tal milagro? Porque, explica Serra, en la didáctica docente por inmersión "prima el esfuerzo de los maestros por hacerse entender". Cuando la lengua del alumno coincide con la del maestro, "se tiende a pensar que todo lo que se dice en el aula se comprende porque se habla la misma lengua, pese a que por desgracia no siempre es así".
¿Lo captan? La clave del éxito escolar reside en que el maestro utilice una lengua distinta de la que trae el niño. Albricias, pues. Los hipanoamericanos lo tienen fetén: su lengua materna es la misma que la de los catalanes de familia castellana. ¿Y las minorías gambianas o magrebíes? No problem: tanto el castellano como el catalán son desconocidos para ellos y por tanto de validez equivalente para producir los beneficiosos efectos del aprendizaje escolar en lengua extraña.
Sobra solo, en este panorama idílico, el maldito tercio de niños y niñas cuya lengua materna es el catalán. ¿Cómo podrán "desarrollar las capacidades del lenguaje" derivadas de que la lengua del maestro sea distinta de la suya propia, si el maestro emplea, también con ellos, solo el catalán? Se impone, para no discriminar negativamente a esas criaturas, la necesidad de inmergirlas en el castellano cuanto antes. Pero eso ya lo hizo Franco.
Cabría también optar -maestros y maestras son bilingües y mayoritariamente de lengua materna castellana- por que ambas lenguas fueran vehiculares en la enseñanza preescolar y primaria. Pero eso se parecería mucho a la propuesta vidalquadrista y es difícil que el gobierno de CIU, tras haber pactado con el PP, pueda permitírselo sin que le castiguen sus electores. Lástima. Sobre todo por los niños catalanes de lengua catalana.

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