sábado, 29 de agosto de 2009

Contra las patrias. (28)


La única alternativa activa, pero no destructiva, a la violencia es la comunicación, centrada en torno a ese instrumento privilegiado que es el lenguaje humano. Mi deseo rec tlama su gratificación de los otros, del mundo: si no se me concede de inmediato -y nunca se me concede de inmediato, salvo en la primera infancia-, puedo optar por la impotente omnipotencia destructiva o someterme a la angustia inhibidora de la frustración (que en cualquier momento puede revertir en violencia). Pero hay una tercera vía, la propiamente humana, que consiste en actuar por medio del lenguaje. Puedo así influir en la conducta de los demás y entrar en acuerdo con ellos para que favorezcan mi designio gratificador: si no lo consigo a las primeras de intercambio, doy al menos cauce a la urgencia de mi deseo de un modo no aniquilador ni suicidario, es decir, abierto a lo posible y a su promesa. Lo demás es asumir la muerte como único reverso a nuestro alcance del Todo. El aumento de las posibilidades de comunicación es un factor que favorece el auge de conflictividad, pero disminuye en cambio la violencia. Frente a una doctrina establecida de que vivimos en una época inusitadamente violenta, ésta es la opinión del biólogo Henri Laborit: "Si la criminalidad interindividual ha disminuido notablemente a lo largo de estos últimos siglos, como demuestran todas las estadísticas mundiales y contra lo que los medios de comunicación intentan inculcarnos, lo debemos posiblemente a que la alfabetización y la utilización del lenguaje se han generalizado hasta tal punto que, según demuestra J.M. Besette con toda la seriedad de las estadísticas, el crimen sigue siendo atributo de quienes no saben expresarse, de quienes, aun teniendo algo que decir, lo dicen mal.

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