jueves, 27 de agosto de 2009

Contra las patrias. (20)


Deploro el nacionalismo como una de las peores enfermedades políticas de nuestro siglo, sin cuya curación o alivio es difícil imaginar cualquier profundización del proceso democrático. Admito -como todo el mundo, por lo visto- el derecho a la autodeterminación de los pueblos, pero tengo mis reservas en cuanto a lo inequívoco de las palabras "derecho", "autodeterminación" y "pueblo". Por otro lado, creo que no es necesario compartir la pasión nacionalista para apoyar el derecho a su más libre expresión, lo mismo que no es preciso ser creyente para reivindicar la libertad religiosa. En el caso concreto de España, prefiero un sistema democrático, con libertades garantizadas y aspiración efectiva a la justicia social, sea cual fuera su simbología nacional o la articulación de sus partes, que cualquier concepto místico de la nación que me pueda obligar a vivir en una sucursal de Chile o de Albania. El fenómeno nacionalista sólo me preocupa en cuanto pueda facilitar o impedir la efectiva libertad política del Estado en que vivo y nada más que por eso.

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