sábado, 29 de agosto de 2009

Contra las patrias. (26)


El nacionalismo es a la vez expansionista y aislacionista, subversivo y rígidamente organizador. Padece una fascinación fetichista por la identidad y un gusto coactivo por lo unánime, por lo "popular", que se expresa en lo que el polemólogo Gaston Bouthoul llamó heterofobia, odio a lo otro, a lo que rompe la imagen unitaria y nativista en la que se han depositado todos los valores. El mal siempre está fuera y viene de fuera: son cómplices suyos quienes, estando dentro, demuestran menos fervor por la reivindicación colectiva. Las actitudes, ideas y comportamientos no son buenos o malos por su condición intrínseca o por las razones en que se sustentan, sino por ser "nuestros", "lo de aquí" etcétera. Esta condición militante de enfrentamiento ha hecho del nacionalismo la ideología bélica por excelencia. Ningún movimiento combativo de importancia durante el pasado ni en éste ha podido prescindir mucho tiempo del nacionalismo (la revolución soviética de Octubre, que parecía una excepción, se incorporó también con Stalin al aire de los tiempos). Por otro lado, el nacionalismo al anticolonialismo y con todos los regímenes políticos, fuesen dictatoriales o democráticos. Las Iglesias se han adaptado a él sin escándalo y lo han potenciado; los ateos y librepensadores han encontrado en su seno un sustitutivo de la religión.

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