sábado, 22 de agosto de 2009

Contra las patrias. (7)


El término "nacionalismo" es mucho más reciente, y su origen no deja de encerrar también una notable paradoja. En efecto, si hemos de creer a Charles schmidt (citado por Bertrand de Jouvenel, vid. bibliografía), el término fue acuñado por el peridodista y librero Rodolfo Zacarías Becker, detenido en 1812 por Napoleón por actividades "pro-germánicas". Becker se defendió diciendo que la nación germánica no se componía de un Estado único, como la francesa o la española, sino que estaba repartida entre varios: imperio francés, Rusia, Suecia, Dinamarca, Hungría y hasta Estados Unidos de Ameérica. La lealtad a cada uno de estos Estados, que enlaza tradicionalmente con la "fides" germánica, es compatible con la preservación del amor a la propia nación alemana. Por decirlo con las propias palabras de Becker: "Este apego a la nación, que podría llamarse nacionalismo, se concilia perfectamente con el patriotismo debido al Estado del que se es ciudadano". Aquí puede verse que, contra lo que algunos quieren suponer, el término "nacionalismo" se inventa para designar un sentimiento de pertenencia étnica o cultural netamente deslindado de la adscripción estatal, hasta tal punto que uno puede ser -según Becker- nacionalista germánico y buen patriota francés o sueco. Evidentemente, el enraizamiento de la palabra en el lenguaje político moderno no ha conservado esta paradójica característica (quizá pergeñada a toda prisa por el pobre Becker para librarse de la severidad de su imperial carcelero). Hoy, ser nacionalista es tener vocación de fundar un Estado nacional: hasta tal punto que puede decirse que es el nacionalismo como proyecto y empeño quien causa la nación y no a la inversa. Por aportar una definición suficiente y contemporánea, citaré la de José Ramón Recalde en su impresindible libro "La construcción de las naciones": "El nacionalismo es una práctica de objetivos políticos y de contenido ideológico, que pretende establecer formas de autonomía para los miembros de una colectividad que titula nación". Puede complementarse con esta otra, maliciosa, de Arnold S. Toynbee, que indignaba a Ortega: "El espíritu de la nacionalidad es la agria fermentación del vino de la Democracia en los viejos odres del Tribalismo".

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