Estupenda columna de Carlos Carnicero en El Periódico de Catalunya.
Una de las características del capitalismo moderno es que la propiedad no es determinante ni del poder ni del gobierno de las empresas. Por un sistema de cooptación, los llamados ejecutivos logran un alto grado de autonomía en su gestión, que en las grandes corporaciones se refleja, en primer lugar, en unos sueldos y unas compensaciones de privilegio que no son refutadas por nadie con la excusa de unos resultados aceptables.
Los partidos políticos no se han sustraído a esa práctica de uso del poder. Los elegidos por la cúpula del partido, también por un sistema de cooptación –disimulado en congresos y asambleas donde los núcleos de poder predeterminan los resultados–, se autoerigen para cargos de dirección en los que luego gozan de una inmensa autarquía. El control de los militantes es teórico, y en la práctica casi imposible: su consuelo es formar parte de los aledaños del poder como palmeros.
Cuando el partido alcanza el Gobierno de la nación, el cesarismo está personalizado en el líder, que con el paso del tiempo y el uso del poder se contamina de un autismo galopante en el que las decisiones son personales, los nombramientos, arbitrarios, y la práctica es prescindir de los equipos. Del presidente Zapatero –uno de los políticos más aislados de su propio partido– se sabe ya que está sembrando el desconcierto y el descontento en sus propios colaboradores porque no consulta ni comparte responsabilidades, excepto con un grupo de asesores áulicos que no pertenecen a la dirección y que además han constituido una trama de intereses profesionales y personales a la sombra del presidente claramente perceptibles en un entramado de medios de comunicación conectados por amiguismo con la televisión pública.
Ahora, en mitad de la crisis, los criterios del Consejo de Ministros y de la ejecutiva del partido son ninguneados por un presidente tan personalista que lo planifica desde la elección de unos cuadros que tienen que reunir la condición imprescindible de ser incondicionales. La verdad es que el panorama político español es de tercera división. Y el futuro solo dibuja más de lo mismo.
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