El nombre de Iberia, indiscutiblemente griego como los montes Pirineos o las Columnas de Hércules, tenía una larga tradición que se remontaba al historiador Heródoto. Pero las impresiones recibidas por Estrabón contribuyeron a fijar el paisaje y la memoria de la península Ibérica durante siglos al vincularlos a otro de los etnónimos más decisivos en ese verdadero acto de nombrar a lo deconocido, el de celtíberos, utilizado para designar a las poblaciones de este origen que habitaban en amplias zonas de la península.
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