viernes, 11 de septiembre de 2009

Historia de España. (12)


El amor propio contemporáneo ha ido más lejos. Ha negado la decadencia. "No hay tal decadencia", ha dicho Azorín. El fenómeno, sin embargo, es indiscutible en cuanto a su existencia. Más deliacda es su integración.
La imaginación ha exagerado el descenso demográfico y de ello ha resultado un rompecabezas estadístico insoluble. Pero la pérdida de población no ofrece ningún género de duda. Ni tampoco la ruina de Castilla, de sus industrias, su ganadería, su monopolio comercial burlado por los extranjeros. La decadencia política puede precisarse y fecharse. Los Reyes (Felipe III, Felipe IV, Carlos II sobre todo) son unos pobres hombres. Entre los favoritos, si Olivares, con su "pasión de mando", tiene alguna grandeza, la mayoría está compuesta por mediocres intrigantes. La etiqueta, la corrupción y la intriga afectan a la eficacia del poder central. Y la propia unidad nacional resulta comprometida. Ya hemos señalado la fecha crítica: 1640. Portugal se pierde. Cataluña, también sublevada, será vencida, pero de 1700 a 1714 renovará su tentativa.

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