miércoles, 8 de julio de 2009

Anatomía de un instante. (42)


¿Son los vicios privados de un político virtudes públicas? ¿Es posible llegar al bien a través del mal? ¿Es insuficiente o mezquino juzgar éticamente a un político y sólo hay que juzgarlo políticamente? ¿Son la ética y la política incompatibles y es un oxímoron la expresión ética política? Al menos desde Platón la filosofía ha discutido el problema de la tensión entre medios y fines, y no hay ninguna ética seria que no haya preguntado si es lícito usar medios dudosos, o peligrosos, o simplemente malos, para conseguir fines buenos. Maquiavelo no tenía ninguna duda de que era posible llegar al bien a través del mal, pero un casi contemporáneo suyo, Michel de Montaigne, fue todavía más explícito. "El bien público requiere que se traicione y que se mienta, y que se asesine", por eso ambos consideraban que la política debía dejarse en manos de "los cudadanos más vigorosos y menos timoratos, que sacrificaban el honor y la conciencia por la salvación de su país". Max Weber se planteó la cuestión en términos semejantes. Weber no piensa que ética y política sean exacyamente incompatibles, pero sí que la ética del político es una ética específica, con efectos secundarios letales. Frente a la ética absoluta, que denomina "ética de la convicción" y que se ocupa de la bondad de los actos sin reparar en sus consecuencias -Fiat iustitia et pereat mundus-, el político practica una ética relativa, que Weber denomina "ética de la responsabilidad" y que en vez de ocuparse sólo de la bondad de los actos se ocupa sobre todo de la bondad de las consecuencias de los actos. Ahora bien, si el medio esencial de la política es la violencia, según piensa Weber, entonces el oficio de político consiste en usar medios perversos para, ateniéndose a la ética de la responsabilidad, conseguir fines beneficiosos: de ahí que para Weber el político sea un hombre perdido que no puede aspirar a la salvación de su alma, porque ha pactado con el diablo al pactar con la fuerza del poder y está condenado a sufrir las consecuencias de ese pacto abominable. De ahí también, añadiría yo, que el poder se parezca a una sustancia abrasiva que deja a su paso un yermo tanto más extenso cuanto mayor es la cantidad que se acumula, y de ahí que todo político puro termine tarde o temprano pensando que ha sacrificado su honor y su conciencia por la salvación de su país, porque tarde o temprano comprende que ha vendido su alma, y que no va a salvarse.

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