lunes, 20 de julio de 2009

Nada por la patria. (21)


El siguiente episodio de la sucinta selección que aquí se efectúa nos lleva a abril, el mes más cruel de 1995. La Tolerancia imprime 4.000 octavillas con el eslogan "En castellano también, por favor" y un texto reivindicativo.
Dado que una nación se construye concediendo derecho de voto a los muertos, como en su día descubriera el entrañable católico romano aunque inglés Chesterton, el nacionalismo catalán, al igual que los demás nacionalismos, es muy conmemoracionista. En abril de 1995 se dispone a conmemorar el 25 aniversario del Price dels Poetes, acto franquista de reivindicación lingüística en el que unos cuantos ilustres poetas en lengua catalana, de Pere Quart a Gabriel Ferrater, salieron a leer sus versos o a decirlos de memoria (pero más bien mal en lo que a Ferrater se refiere) ante un público enfervorizado reunido para la ocasión en el Price, local ya desaparecido cuyo uso habitual no era acoger recitales de poesía sino combates de boxeo y lucha libre.
El acto conmemorativo, en cambio, se celebra en el Palau de la Música catalana, que suena algo así como Ministerio de Cultura Española pero es una espléndida joya de la pastelería arquitectónica modernista, dicho sea todo ello con el debido respeto por el Modernismo, la arquitectura y la noble tradición monumentalista de la pastelería bareclonesa.
"Queríamos obligar a los nacionalistas -recuerdan los tolerantes- a mirarse en el espejo de la historia, para que se dieran cuenta de que estaban practicando ahora la misma intolerancia contra el castellano que Franco había practicado contra el catalán y que ellos habían criticado en el acto de 25 años antes."
habían reservado 23 entradas de anfiteatro -formaban por lo visto parte de la muy minoritaria secta de los superticiosos del 23- y se dispusieron a escuchar música y canciones. Según habían planeado, cuando salieron al escenario los cantautores Xavier Ribalta y Paco Ibáñez, los 23 se levantaron y, en silencio, lanzaron las octavillas sobre la platea. Sus consignas eran estrictas: no interrumpir el acto, no increpar a nadie, no decir nada y no responder a los insultos si los había. La octavilla incluía una estrofa de Gabriel Celaya, vasco, comunista y uno de los padres fundadores de aquella poesía social que en los oscuros años cincuenta recitaban de memoria los estudiantes antifranquistas en los colegios mayores del Régimen.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando fondo.


Así lo cuentan los tolerantes: "Buena parte de los espectadores, nacionalcatalanistas hasta el tuétano, se levantaron como fieras, con ademanes violentos y todo el arsenal de insultos ideológicos al uso. En un momento, cientos de personas bien vestidas, de aspecto respetable y muy democráticas, se convirtieron en verdaderas alimañas contra los 23 asustados miembros de la Asociación por la Tolerancia. Algunos sufrieron empujones, otros debieron abandonar el teatro y uno de ellos fue agredido brutalmente".

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