domingo, 26 de julio de 2009

Nada por la patria. (37)

Finalizamos la entrevista que Iván Tubau hizo a Tarradellas en 1982.





-Usted, cuando estuvo en el Gobierno catalán durante la República, firmó el decreto de colectivizaciones, que estaba a medio camino, digamos, entre una nacionalización y una sindicalización de los medios productivos.
-Es una de las cosas que estoy más orgulloso de haber hecho. Firmé el decreto de colectivizaciones y el del aborto. Eran cosas que en aquel tiempo había que hacer y estoy muy contento de haberlas hecho. Cataluña fue uno de los primeros países de Europa que tuvo una ley autorizando el aborto.
-Sin embargo, cuando fue usted presidente de la Generalidad catalana tras la muerte de Franco, parece que desautorizó una campaña sobre anticoncepción que la consejería de sanidad de la Generalidad había iniciado.
-Es que aquello se hizo mal: empezaron escandalizando. Hay que saber cuando se pueden decir ciertas cosas y cuándo no. Lo más práctico hubiera sido decir: esto ya se hizo. Pero aquellas buenas señoras quiseron atribuirse la medalla de ir a hacer algo que ya estaba hecho y no actuaron de acuerdo con la consejería. No lo recuerdo con exactitud, porque eso lo llevaba directamente el doctor Espasa, peo creo que esa fue la causa de que se suspendiera la campaña.
-Porque usted, ahora, ¿está contra el aborto?
-No, no, si quieren abortar, que lo hagan: ya le he dicho que yo sigo siendo un liberal. De lo que no soy partidario es de hacer las cosas mal: eso ya es diferente. Yo soy un pragmático de la política, siempre procuro pactar. Cataluña es un pueblo pequeño y necesita pactar.
-¿Con quien sea?
-Con quien sea. Nuestros vecinos son veinticinco o treinta millones y nosotros somos cuatro gatos. Y no tenemos espíritu belicoso, nunca hemos matado a la gente, de modo que nuestra única salida es el pacto. Los castellanos llevan cuatrocientos años gobernando, y nosotros lo único que hacemos es llorar y decir disparates. El arte de gobernar consiste en gobernar, no en gritar cosas que después no podrán cumplirse. Los catalanes siempre perdemos, siempre hemos perdido a través de la historia, porque nos entusiasmamos demasiado, porque no tenemos rigor y creemos que nuestras ilusiones son realidades. Y nos equivocamos, y perdemos, como hemos perdido con la LOAPA: si yo hubiera sido presidente de la Generalidad, no habría habido LOAPA.
-Hablemos un poco de eso. Si vislumbrara la posibilidad de volver a la presidencia...
-No, nada, eso se acabó. Yo siempre cumplo mi palabra. Cuando en el año cincuenta y dos fui elegido presidente, dije que dimitiría cuando hubiese un Parlamento; y lo hice. Cumplí con mi deber y me retiré en el momento oportuno. No tuve ningún conflicto cuando fui presidente; ni con la comunidad castellana, ni con el Gobierno de Madrid, ni con los militares, no con Dios ni su madre. Antes de hacer las cosas, cuando eran difíciles, pactábamos con Madrid. Y Cataluña tenía en toda España una gran autoridad moral que hoy ha perdido, esta es la triste realidad.
"Le diré una cosa a propósito de todo esto: siempre, cuando fui a Madrid, fui convencido de que perdería, de que mi contrario era más inteligente que yo. Pero estos que van a discutir pensando que tienen razón y que ganarían, siempre pierden. No se puede hacer un día de separatista ultra y al siguiente ir a León o donde sea a declarar que somos más españoles que Santiago de Compostela. lo que hay ahora en Cataluña es una especie de dictadura blanca.
-¿Blanca, en qué sentido?
-De todos los funcionarios que han entrado en la Generalidad, a ver si hay alguno que no sea de Convergència. Las dictaduras blancas son más peligrosas que las rojas. La blanca no asesina, ni mata, ni mete a la gente en campos de concentarción, pero se apodera del país, de este país. Un día u otro esto se acabará, supongo. ¿Y qué se verán obligados a hacer los que vengan detrás? Pues tendrán que deshacer lo que estos de ahora han hecho, esta es la realidad.
-Entretanto, usted pretende seguir siendo algo así como la conciencia política de Cataluña.
Yo ya he cumplido con mi deber. La historia dirá si lo he hecho bien o mal. Yo no pretendo dar consejos, porque los catalanes no los escuchan. Pero si usted me pide que hable, no puedo permanecer insensible y calaldo. Cuando las cosas van mal y tengo ocasión de decirlo, creo que mi deber es hacerlo. Nada más.
-Entonces, a sus ochenta y tres años, ¿se considera un jubilado? Con una buena jubilación, por cierto.
-Todo esto, el piso en que trabajo y el de al lado en que vivo, es de la Diputación. Estoy muy agradecido, como estoy agradecido a los catalanes de América que me ayudaron económicamente cuando estaba exiliado en Saint-Martin-le-Beau. Pero solo me jubilaré el día que me muera. Sigo al pie del cañón. Aquí trabajamos seis personas. Recibo a mucha gente, me mandan miles de cartas y las contesto todas, doy conferencias...
-¿La idea de la muerte le preocupa?
-Como a todo el mundo. Pero como para la edad que tengo me encuentro bien, no pienso en ello. Y si trabajo tanto es precisamente porque cuando se llega a esta edad hay que trabajar. Lo malo es no haber nada, porque entonces o piensas en el pasado, o en el dolor de cabeza que tienes: si trabajas no piensas ni en lo uno ni en lo otro.
-Usted siempre se ha cuidado mucho: ni fuma ni bebe.
-La condición principal del político es tener salud: un político con dolor de estóamgo hace disparates.
-Se ha dicho que preparaba usted sus memorias.
-No, quiero demasiado a mi país para hacer mis memorias. Las memorias han de ser sinceras, ¿no? Y a este país nuestro, que es muy joven, no le gusta la sinceridad. Hay que engañarle, y yo no sé engañar. Muchas cosas que otro no diría yo las digo, porque creo que hay que hacerlo. Pero no quiero perder el tiempo escribiendo memorias: a mí el pasado no me interesa, nada, nada. Ya investigaréis vosotros, ya encontraréis mis papeles en Poblet.

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