jueves, 26 de noviembre de 2009

Progresa adecuadamente. (13)


La palabra "reválida" es un buen ejemplo de cuanto decimos. A quienes están rondando los cuarenta y cinco años o han superado ya tan tierna edad, la mención del término "reválida" no puede por menos que transportarlos al viejo Bachillerato español, marcado sin remisión por el recuerdo grasiento del franquismo. De ahí quizá que la más que probable supresión de la selctividad y la posible introducción de una reválida en algún tramo de la enseñanza preuniversitaria se le hayan indigestado al secretario general del PSOE. Con todo, al reaccionar así, Rodríguez Zapatero no ha caído sin duda en la cuenta de que la selectividad es también un genuino producto de aquella época, sólo que un poco más tardío y patético: si la reválida nos remite al fin de la autarquía y a los albores del desarrollismo, la selectividad nos sitúa en el "espíritu del 12 de febrero" y la agonía del régimen. Si uno pudiera hacer caso omiso de las salpicaduras temporales de cada vocablo y centrarse únicamente en su recto significado, debería convenir que, para la tan deseada igualdad de oportunidades, seleccionar puede resultar a la postre un procedimiento mucho más dañino que revalidar. Mientras que una reválida no deja de ser un ejercicio de confirmación de una validez que necesariamente se presupone -lo que permite considerar incluso la posibilidad de que todos los candidatos acaben superando la prueba-, una selección desemboca a la fuerza en la exclusión de una parte de este todo, haya revalidado o no esta parte su competencia.

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