La opinión de Ramón de España en El Periódico de Catalunya.
Las muestras de júbilo popular ante los triunfos de la selección española en el Mundial de fútbol de Suráfrica tienen muy preocupados a nuestros nacionalistas, siempre dispuestos a sentirse, como los personajes de la novela homónima de Fiodor Dostoievski, humillados y ofendidos. En su opinión, los pérfidos españolistas están saliendo del armario (¿donde ellos han intentado mantenerlos encerrados desde hace más de 30 años?) y hasta se atreven a colgar banderas en los balcones (cuando lo verdaderamente extraño sería que esas banderas se vieran en Berlín, París o cualquier otra ciudad extranjera).
¿HASTA DÓNDE vamos a llegar?, se preguntan nuestros patriotas mientras llevan a cabo acciones tan demenciales como embutirse en una camiseta de la selección alemana y concentrarse en una sede de ERC para dar rienda suelta a su odio al vecino.
Si hubiera manera de razonar con ellos, les diría que las celebraciones catalanas de los triunfos de la selección española son absolutamente lógicas en una comunidad en la que, según las encuestas que se han publicado, más de la mitad de sus habitantes nos sentimos tan catalanes como españoles, sin que ello nos cause la menor esquizofrenia; una comunidad en la que, pese al ruido que hacen y la tabarra que dan, los independentistas no llegan al 20 % de la población.
Pese a los intentos de CiU y ERC (con la inestimable ayuda de los pusilánimes reunidos bajo las siglas PSC, a quienes no les ha importado dejar España en las zarpas del Partido Popular) por convencernos de que no se puede ser catalán y español a la vez (y no estar loco), parece imponerse la realidad de que sí se puede y de que una cosa no quita la otra.
Desde que Jordi Pujol, ese caudillo providencial, decidió que había que potenciar todo lo que nos separaba del resto de los españoles e ignorar convenientemente lo que nos unía, los nacionalistas han ido trabajando con ahínco –y sin encontrar prácticamente resistencia en nuestras fuerzas de supuesta izquierda– en la fabricación de una Catalunya falsa que ha acabado por imponerse a la real.
CON LA AYUDA decidida de los medios de comunicación, han construido un país en el que todo el mundo es independentista, un país más falso que un billete de tres euros, pero que a los nacionalistas les gusta más que el de verdad, pues este no deja de decepcionarles: la gente se queda en casa en vez de acudir a los chuscos referendos independentistas, celebra los triunfos de la selección española y detesta cada vez más a los políticos locales, esos personajes que para cada solución tienen la habilidad de encontrar un problema.
1 comentario:
Amén!
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