miércoles, 14 de julio de 2010

Una novela de barrio. (7)


Y un momento después entraron ambos en un bar cercano, desde el que se veía la torre. El bar, lleno de obreros que acababan de terminar su jornada, estaba en un gran bloque de nichos verticales que representaba la armonía de los pueblos. Ostentaba un dulce nombre andaluz, anunciaba un anís castellano, tenía una fregona filipina y un camarero mahometano. Los clientes, venidos de las profundidades de dormitorios donde no cabía ni la mujer, hablaban de los resultados del fútbol y de la deuda acumulada sobre sus viviendas. Y en lugar de los viejos carteles marxistas sobre la unidad del proletariado, allí se podría haber escrito: "Hipotecados del mundo, uníos".
Se permitía fumar. Qué coño, allí estaba lo que quedaba de la vieja España de la cazalla, el pitillo y los muslos de la parienta. Un cartel en la puerta lo decía claramente: "Se insultará al que no fume".

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