jueves, 3 de diciembre de 2009

España, una nueva historia. (86)


Uno de los grandes errores de Napoleón, tras su llegada a España en 1810, observó madame de Rémsuat, fue seguir creyendo que la potencia imperial que había desarrollado mantenía aún los ideales de 1789, los de un ejército de liberación. España era tan solo la vanguardia de un imperio francés que, como todos los grandes imperios universales de la historia (el Imperio Romano en primer término), aspiraba a mucho más que a la dominación militar de una vasta y heterogénea frontera estratégica. El imperio francés significaba sobre todo un predominio económico, cultural y político dentro (y a veces fuera) de esa frontera. La necesidad del bloqueo naval al Reino Unido se vio como un pretexto. Con la promulgación de su famosos código, Napoleón planteó una visión de la política exterior que, pese a su lenguaje enciclopedista, peoponía la clase de misión civilizadora universal propia de los grandes imperios, resumida en las siguientes palabras: "Atribuyo gran importancia y un gran título de gloria destruir la mendicidad". Precisamente ese credo mesiánico fue la razón última de su ruina. Napoleón no podía entender por qué oscuras razones el pobre quería seguir siéndolo, por qué amaba más su tierra que el desarrollo de esa misma tierra, por qué se aferraba a als diferencias que las costumbres aportan a los caracteres y no se unía a la libertad, la igualdad y la solidaridad universales de la bandera tricolor y La Marsellesa.

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