lunes, 14 de diciembre de 2009
España, una nueva historia. (96)
Para Franco, el golpe de Estado era el principio de una nueva fusión entre la doctrina del caudillaje providencial y la violencia que debía durar más que los simples días (o semanas) previstos por Mola. Era consciente de que el ejército no estaba unido y que el éxito o el fracaso del pronunciamiento tendría lugar en el campo de batalla, con divisiones en juego. ¿Con cuántas contaban unos y otros? Mientras tanto, una nueva ideología obrera actuaba incesamente, ofreciendo a la sociedad española una explicación coherente (no se puede decir que verdadera) de lo que estaba sucediendo: el fascismo trataba de liquidar a la democracia, el totalitarismo retaba a la libertad. En realidad se trataba de grupos armados, o por armar, que practicaban la violencia, el desprecio a los derechos individuales y la opresión de las minorías, es más, que proclamaba la doctrina de la época: no existen derechos individuales y, por decirlo de algún modo, ni siquiera existe el individuo, sino una masa a la que se le permite todo para que alcance sus fines. Y aunque Largo Caballero y los demás rechazaron estas ideas en público, no perdieron comba para aplicarlas en privado, entre una clase obrera asustada por la posibilidad de que la derecha le arrebatara los logros conseguidos tras años de lucha sindical y en las calles. Entre unos y otros, a comienzos del verano de 1936, los españoles comenzaban a saborear la voluptuosidad de la desctrucción.
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