martes, 19 de mayo de 2009

Corre, Rocker. (19)


Detecto jirones de niebla al fondo del desfiladero de la memoria. Debe ser a causa de las emanaciones de opio que se levantan desde la Plaza Real. Piedras húmedas, antiquísimas, horadadas por callejones. En invierno, el reflejo del cielo gris uniforma orines y humedad, y las manchas en las piedras relucen, se ennoblecen. Entras, entonces, en el Glaciar o el Sidecar y te acoge un calor confortable de novela burguesa, de bohemios en paro. En primavera llega hasta allí el verde de las palmeras y el delicioso eco de la putrefacción del puerto. En septiembre, la lluvia convierte las baldosas del suelo en espejos oscuros, y en el reflejo de las farolas de hierro el muecín hace una llamada a la oración que solo puede oírse en el mundo sin aire de cerebro. Innecesario decir que me gustan mucho los barrios viejos.

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