miércoles, 29 de diciembre de 2010

Porque tengo hijos (5)


La resistencia conlleva una cierta épica que ayuda a mantenerse. Recuerdo un mitin en Ondarroa, en las últimas elecciones municipales. Yo encabezaba la candidatura del Partido Socialista en un municipio en el que no teníamos -ni esperábamos obtener- representación. Se trataba de presentar una lista para hacer un ejercicio de autoafirmación política, de presencia, para mandar un mensaje de fortaleza a nuestra gente. Y, de paso, para que los otros, los malos, se enteraran de que no estábamos dispuestos a desistir. Hicimos el mitin en la plaza del pueblo, en la calle. En el centro, como una islita, diecisiete amigos -gentes de Basta ya, Carlos Totorika, Carlos Martínez Gorriarán, mis hijos, Niko Gutiérrez...-. Sentados en los bancos que rodean la plaza, tres decenas de batasunos. Alrededor de la plaza, dos furgonetas de la Ertzainza, varios coches de policía, mis escoltas, los escoltas de mis amigos... Tras las ventanas de las casas que daban a la plaza, las gentes del pueblo que miraban y escuchaban a hurtadillas entre los visillos.
Entonces subió al estrado Totorika. Hizo la presentación en euskera, el idioma que en aquella zona es mayoritario. Luego subí yo. Hablé en español, el otro idioma del País Vasco. Y reivindiqué con él mi ciudadanía española y mi vecindad vasca. Los borrokas empezaron a abuchearme. Pero la megafonía era estupenda. Y la policía estaba muy cerca. Y funcionaba la ley de partidos, con lo que sabían que no iba a haber ningún tipo de impunidad. Ellos abucheaban, pero no se movían. Y yo, hablaba; y mi voz era más fuerte que sus abucheos. Tuvieron que escuchar un mitin del Partido Socialista. Les expliqué que yo tenía derecho a presentarme a las elecciones porque era militante de un partido democrático; y ellos no. Gritos. Luego les dije que era una ciudadana vasca, española y europea. Más gritos. Que yo era una vasca típica: mestiza. Hija de represaliados por el franquismo, de un hombre condenado a muerte y traído a la cárcel de Larrinaga (Vizcaya) desde un campo de concentración de Santander. Les expliqué que mis padres se quedaron a vivir en Euskadi, cuando mi padre salió de la cárcel, por su propia decisión. Y que mis hermanos y yo habíamos nacido aquí. Y que aquí estaban enterrados mis padres; que aquí habían nacido nuestros hijos; que aquí queríamos seguir viviendo. Que es nuestra tierra y que tenemos derecho a echar raíces en ella. Que nadie nos iba a expulsar de nuestra casa.
Gritaban, pero no se movían. Y no podían evitar oír lo que yo decía. Fue un acto estupendo, ciertamente político, épico. A pesar de ese ambiente opresivo que he descrito, en días como ése una siente que existen razones para quedarse, que sirve de algo que nuestra voz se escuche. Yo sentí que aquellas personas que escuchaban tras lso visillos también se habían sentido ese día un poquito más libres. Es el ejemplo de esos días en los que, como antes les decía, la épica de la resistencia, si me permiten una palabra que quizá resulte excesiva, te mantiene con el ánimo a tope.

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