Lo delató la manera en que fue saludando a todos, sin mirar a nadie a la cara, la inquietud agobiante de sus ademanes, sus continuas afectaciones de impaciencia. Durante el primer minuto, comprobó por dos veces la ausencia de mensajes y la regularidad de la cobertura en la pantalla de su teléfono móvil, y ojeó su reloj en no menos de cuatro ocasiones. Sin duda, el tipo ignoraba cuánto desacredita a un hombre la prodigalidad en gestos inútiles.
LORENZO SILVA
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