
El mito habla de una revolución nacional, pero la rebelión política contra Felipe IV fue una aventura protagonizada por la minoría dirigente del Principado y no por los segadores amotinados el día del Corpus. Los ensueños de Pau Claris condujeron a una separación formal de la monarquía española y a una nueva ocupación de ejércitos, pues la Generalitat, supuesta encarnación y depositaria de los fueros y libertades del país, no llegó a contar en ningún momento con una tropa organizada de catalanes a sus órdenes y la resistencia contra las tropas de Felipe IV corrió a cargo de los franceses. Pau Claris y sus compañeros de aventura se vieron aislados y claramente superados por los acontecimientos. Temerosos de sucumbir a los excesos de la muchedumbre y reacios a rendir su utopía medieval ante las tropas de Olivares, decidieron poner al Principado en manos de Luis XIII. Un error que no tardaron en lamentar. Claris moriría a tiempo, sin dar lugar a que sus ojos, que parecían mirar hacia una lejanía infinita, hacia un pasado perdido, se derrumbaran de otoños y decepciones, como sí les ocurrió a otros diputados y nobles que se vieron desautorizados por los franceses antes de lo que pensaban y renunciaron a sus cargos o se retiraron a sus palacetes como quien huye de un mundo que se desmorona.
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