lunes, 17 de octubre de 2011

La conferencia de la claudicación

La opinión de Rosa Díez en El Mundo.




Llega hoy al País Vasco un grupo de personajes
que se ganan las habichuelas (con jamón
de Jabugo y regadas por un buen vino)
haciendo de mediadores entre inexistentes
contendientes.
Lo siento mucho por ustedes, buenas
gentes que nos dicen cada día que lo importante
es la paz cuando lo único que
quieren es que les dejemos en paz; siento
molestarles, pero les contaré que la reunión
de esos modernos soldados de fortuna es
un macguffin de la banda terrorista ETA:
mientras todos hablan de paz, ellos siguen
narcotizando a toda la sociedad y consolidando
su presencia dentro de las instituciones
democráticas a las que siempre han
querido destruir.
Siento darle otra mala noticia a tanta
gente de buena fe que anda suelta: nadie
hubiera podido organizar ese encuentro entre
profesionales internacionales de la mediación
a sueldo si el Gobierno de España
y el Gobierno del País Vasco no lo hubieran
consentido y/o avalado.
Les contaré que entre los asistentes estarán
algunas víctimas de grupos terroristas
foráneos, víctimas que merecen un reconocimiento
y aprecio de los verdugos que tutelan
el evento que contrasta vivamente
con la descalificación y desprecio con que
tratan a las víctimas propias; que se lo pregunten,
por ejemplo, a Rubén Múgica.
Les contaré, buenas gentes que me leen,
que aquellos que abogan por un final sin
vencedores ni vencidos son los que siempre
han justificado la historia de ETA, aunque
hayan criticado –y no siempre, según quien
fuera la víctima– sus crímenes.
Les contaré que nuestros dos gobiernos
(el nacional y el vasco) acaban de dar a
ETA una de sus victorias más ansiadas: la
internacionalización del conflicto.
Es la pieza que les faltaba por lograr: que
el mundo sepa que hay un territorio invadido
por España y Francia cuyos ciudadanos
ansían recuperar la libertad.
Un territorio en el que los luchadores por
la paz se han visto obligados a matar a sus
convecinos para conseguir la verdadera democracia.
Un territorio en el que los verdugos
merecen reconocimiento y las víctimas
olvido y/o desprecio.
Les contaré que por mucho que les cuenten,
en el País Vasco nunca ha habido una
guerra entre vascos; los vascos, como el
resto de los españoles, participaron en el siglo
pasado en una guerra civil y unos lo hicieron
en el bando republicano y otros en
el bando llamado nacional. Guerrearon entre
españoles, no entre vascos. Y, por cierto,
si los nacionalistas no se unieron a Franco
en Santoña fue porque éste no les aceptó
entre sus filas.
Les recuerdo que en Euskadi, desde que
finalizó la Guerra Civil española, nunca nos
ha faltado la paz. Pero aquí nunca hemos
tenido libertad.
La única secuela totalitaria del franquismo
sigue viva y hoy organiza una conferencia
de paz con la misma legitimidad que
Franco festejaba sus «25 años de paz».
Les recuerdo que a lo largo y ancho de
toda la historia de la Humanidad nunca
han empatado democracia y totalitarismo.
Ha ganado la una o el otro. Los dos, jamás.
Aviso de que hay aún algunas gentes en
Euskadi dispuestas a no quebrar el ánimo
ni la voz. Algunas gentes que nunca abrazamos
la paz de Franco y nunca reconoceremos
como una victoria de la democracia
la paz de ETA.
Algunas gentes que estamos dispuestas a
contar a nuestros hijos y a nuestros nietos
la verdadera historia del terror; algunas
gentes dispuestas a juzgar y a condenar no
solamente a los verdugos, sino a toda su
historia de indignidad.
Aviso de que no descansaremos hasta
que ETA tenga su Nuremberg. Les contaré
que nunca aceptaremos que consigan nada
de aquello en cuyo nombre instauraron su
primera víctima.
Aviso de que señalaremos bien alto y claro,
sin descanso, no sólo a los verdugos, sino
también a los colaboracionistas y a los
tibios. Aviso de que recordaremos quién hizo
qué en cada momento; quién prefirió la
compañía de los verdugos a la comprensión
de las víctimas.
Advierto de que escribiremos la historia
para que nadie la olvide, y de que estará
llena de testimonios que avergonzarán a
los nietos de quienes fueron culpables y
responsables del dolor y de la humillación
sufrida durante tantos años de lucha.
Advierto de que habrá muchos prohombres
de hoy que no podrán mirar a sus nietos
a los ojos cuando éstos les pregunten
por qué lo hicieron, por qué fueron tan indignos
y tan cobardes.
Aviso de que nunca perdonaremos a los
traidores.

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