lunes, 24 de enero de 2011

Los pajareros del Gornal.

Una columna de Catalina Gayà publicada en El Periódico de Catalunya.
Las tres chicas lo tienen claro. En el Gornal, el domingo por la mañana, «los vecinos duermen». Una puede tomarse un café con leche, más cruasán, a 1,50 euros. «Es lo más barato». Tal vez, acercarse al campo de fútbol donde juegan los latinos. Ellos, eso sí, no son del barrio. A la más dicharachera se le ocurre que también se puede ir al mercadillo de Zona Franca. «No es Gornal», tercia otra.
Las tres chicas -que sí están despiertas y van vestidas y repintadas a lo Juani- son del Gornal. «Este es el barrio más cholito de todos». ¿Cholito? «En verano, cuando anochece, los gitanillos bajan con guitarras y cajones». Hoy el verano parece más lejos que nunca. Y el cielo azul, que ese sí asoma entre la verticalidad empinada de los edificios, es la prueba de que aún falta mucho para que anochezca. Las chicas se van en tren del Gornal y yo, enfrente, tengo la rambla de Carmen Amaya (aún en proceso de remodelación) y aquí solo hay familias que emprenden esa misión de ser familias de domingo, es decir, jugar, pasear y sonreír. Pese a la solera del nombre, podría ser cualquier rambla, reflexiono, pero Jesús me corrige: «En la plaza sacan a pasear a los pajaritos». Jesús es gitano nacido en Francia y casado con una gitana del «Polígono Gornal». Lo dice mientras degusta un pitillo en la puerta del bar La Rambla. El hombre luce pañuelo negro de raso anudado al cuello y tiene un corte de pelo impecable. Observa el barrio; su barrio «desde hace seis años». Enfrente: la rambla; el súper «levantado hace poco»; el centro sanitario; «ese hotel raro». Atrás, los bloques donde «se ahorcó uno». En todos lados, los edificios erectos con pequeñas persianas verdes o rojas. En uno vive la suegra de Jesús, en otro, ellos. En uno de más allá, la hermana de su mujer. «Esto es Gornal», dice.
Jesús me acompaña hasta los «pajareros». Por la rambla, se precipita un coche púrpura y tuneado hasta los parabrisas. En la plaza dura, unos 30 hombres de entre 16 y 70 años discuten en grupillos quién lleva la traviesa más hermosa. La traviesa resulta ser un pajarillo «amarronao» y cantarín. La mayoría son gitanos, pero, a un ladito, también hay payos. Entre todos habilitaron el paseadero de aves. El yerno de Juan Fernández elogia el cantar de un colorín. «En Andalucía, así llamamos a los jilgueros», dice Juan. Su afición pajarera tiene medio siglo. En Tres Pins, las barracas donde vivía Juan hasta finales de los 70, los cazaba. Llegó al Gornal junto a sus padres cuando los desalojaron de esas casuchas.

«Llegamos a la modernidad, pero ahora estamos en el paro y con una hipoteca». Juan es gitano de Almería, jardinero, creyente de la iglesia de Filadelfia, en el paro desde hace dos años y sin un futuro mejor a la vista. «Soy analfabeto, pero he trabajado desde los 8 años. Nunca había vivido algo así. Ojalá fuera chatarrero como lo son los gitanos vascos, pero soy jardinero. Aquí hay gente que pasa hambre y mucha necesidad».

El jolgorio de un pajarillo hipnotiza a alguien que cabalga en heroína. Aparece de la nada y nadie se fija en él. Unos minutos después, se encamina Gornal adentro. En la plaza, muchos cubren las jaulas. Una de las telas está estampada con escudos del Barça. Los pajareros se dispersan hacia los edificios verticales. Juan llama a dos de sus nietas. Juegan en un parque.

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