01 noviembre 2007, Opinión, La Vanguardia, Francesc de Carreras
Hay momentos históricos en los cuales las crisis hacen reaccionar a un país, a una sociedad. Son crisis que sirven para cambiar de modelo: reconocer las culpas y rectificar en aquello que es necesario.
Probablemente, la triste historia española en el siglo XX hasta la muerte de Franco es el resultado de no aprovechar las crisis de 1898 para regenerar la vida política, tal como demandaban los sectores emergentes más dinámicos de la época: ciertas burguesías industriales, el naciente movimiento obrero y buena parte del mundo intelectual. Se desaprovechó una gran ocasión y luego se pagó muy caro.
También en otros países algunos momentos de crisis han sido determinantes para encauzar el futuro. La crisis de 1929 en Estados Unidos fue aprovechada por la generación del new deal, encabezada por Roosevelt, para crear la potente nación que hoy conocemos. El desastre alemán de entreguerras, que acabó en el nazismo y en la guerra mundial, sirvió para que Alemania diera un giro político, económico y cultural de 180 grados y pasara a construir una sociedad que en nada se parecía al pasado. De las grandes crisis hay que aprender para rectificar estrategias, para emprender rumbos nuevos: no se solucionan con paños calientes.
La crisis que se percibe en Catalunya estos días, estos meses o estos años, no tiene la épica de las anteriormente mencionadas: afortunadamente no hay guerras, ni dictaduras, ni debacles económicas. Se trata, qué duda cabe, de una crisis menor, a una escala obviamente muy distinta. Sin embargo, es una crisis significativa que pone en cuestión las líneas principales de la política de la Generalitat por lo menos desde 1980, desde el primer gobierno Pujol. Reducirla a un problema de socavones en las obras del AVE o a retrasos en los trenes de cercanías y proponer como solución a todo ello la dimisión de la ministra de Fomento sería banalizarla y, por tanto, desaprovechar las lecciones que de ella podemos y debemos aprender.
En efecto, la magnitud de la crisis de estos días y el caos general que empezó a principios del verano con el gran apagón sólo puede comprenderse si se enmarca dentro de un ciclo histórico más amplio que arranca de la transición. Este periodo ha estado determinado por un consenso básico entre la clase política y la sociedad civil según el cual el objetivo prioritario de la Generalitat, gobernara quien gobernase, debía ser construir Catalunya como si fuera una nación-Estado, no como una comunidad autónoma que forma parte de un Estado. Obviamente, esto es muy caro, tanto en recursos económicos como en energías políticas. Pero a ello se están dedicando infatigablemente, desde hace treinta años, nuestros políticos, de derechas y de izquierdas. Recordemos la célebre frase de Cambó cuando le preguntaron si era monárquico o republicano. "¿Monarquía? ¿República? ¡Catalunya!", respondió. "¿Derechas? ¿Izquierdas? ¡Catalunya!", responden ahora los políticos de uno u otro signo. En el fondo, todos - o casi- parecen pertenecer al mismo partido.
Tanta verborrea vacía, tan calculada ambigüedad con la simple finalidad de ganar elecciones y estar en el poder, a la larga se paga y se paga caro. Lo estamos pagando, desde hace tiempo. Lo que se gasta en una cosa no puede gastarse en otra. El tiempo empleado en dedicarse a ciertas actividades impide dedicarlo a las demás. Un dato: en ocho años, mientras en Madrid se construían 110 kilómetros de metro suburbano, en Barcelona se construían 10. Me dirán que Madrid fue favorecida por el Estado; pues no, las condiciones de financiación eran las mismas. Lo que era distinto, en cambio, era la voluntad. Allí estaban empeñados en construir un metro, aquí lo están en construir una nación.
Me dirán también algunos: ¿pero si la competencia en la construcción del AVE es del Estado y no de la Generalitat? De acuerdo, ello es así. Ahora bien, ¿cuántos impedimentos han puesto la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y otros ayuntamientos del entorno metropolitano, para aprobar finalmente el trazado del AVE? Si no fuera por estas trabas, al final mal resueltas como puede comprobarse estos días, la construcción ya estaría acabada hace tiempo.
Es más, ¿por qué no se ha hecho todavía el llamado "cuarto cinturón"?, ¿por qué no se ha construido una autovía por la costa catalana paralela a la de peaje?, ¿por qué el Eix Transversal, la gran obra pública de la Generalitat, se construyó con sólo un carril por banda?, ¿por qué se impide que el Estado lleve a cabo la interconexión eléctrica con Francia?, ¿por qué la autovía Barcelona-Terrassa sólo ha aumentado un carril desde la época de Franco cuando el tráfico se ha multiplicado por diez no habiéndose mejorado sustancialmente las líneas de ferrocarril? Y los interrogantes, como se sabe, podrían seguir indefinidamente.
"Fets, no paraules". El eslogan de Montilla en las últimas elecciones estaba bien, incluso muy bien. Lo que sucede es que su Gobierno no lo cumple: los "hechos" que deberían poner los suyos están a la vista y lo único que retumba en nuestros oídos son las "palabras", las muchas palabras que pone ERC. Si en vez de construir una nación construyéramos algunas estaciones de metro, unas cuantas autovías y se mejorara la enseñanza pública, algunos ya nos conformaríamos. Pero me temo que ello no sucederá: la crisis se querrá solucionar con simples paños calientes.
F. DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB
No hay comentarios:
Publicar un comentario