martes, 6 de noviembre de 2007

El discreto encanto del poder

Aquí os dejo un artículo del filósofo Josep-Maria Terricabras.

El desastre energético, ferroviario, aeroportuario y de infraestructuras sufrido en Catalunya en los últimos meses es de dimensiones tan grandes e incomprensibles que en cualquier país del mundo habría provocado una reacción ciudadana contundente y un rosario de dimisiones políticas. Francamente, me extraña que no se hayan ocupado estaciones de Renfe, que los sindicatos se hayan mantenido al margen y no hayan convocado huelgas espectaculares, que no se hayan cursado denuncias en los juzgados, que los medios de comunicación no hayan exigido unánimamente responsabilidades y dimisiones. Tanta resignación es muy mala señal.
Claro que los líderes políticos tampoco han dado el ejemplo que cabía esperar. El Govern no tenía que liderar el movimiento de comprensión y paciencia sino el de indignación, exigiendo responsabilidades energéticas y soluciones inmediatas a los culpables de los desastres. Porque estos desastres tienen culpables y tienen responsables, algunos muy, muy próximos, muy, muy visibles. Disimular los errores, aunque sean errores de amigos, es una mala política.
Pero la palma se la lleva el Gobierno español. Rodríguez Zapatero acaba de reconocer que su Gobierno es el último responsable del caos circulatorio actual. Pero cree que con reconocerlo ya basta. Su ministra lo expresa de forma más ofensiva: dice que no dimite porque quiere arreglar los problemas. Pero si ella es la responsable de los problemas, de problemas crecientes, ¿cómo quiere que creamos que sabrá arreglarlos? ¿No debería haberlos evitado? El interés, el rigor, los recursos que hoy se prometen ¿no son los que se tendrían que haber aplicado hasta ahora? ¿Cómo es posible que los que están en el origen de todo quieran presentarse como los que van a arreglarlo?
A ZP le suele dar buen resultado la sonrisa y el decir que va a ocuparse de ello. Si de verdad lo hubiera hecho cuando era necesario, no estaríamos donde estamos. Pero muchos ciudadanos y muchos medios quedan fascinados por el encanto del poder y le creen pese a todo. Han olvidado que la política no es cosa de fe sino de hechos.

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