domingo, 27 de noviembre de 2011

Mapas lingüísticos

La opinión de Jesús Royo en La Voz Libre.


Sobre las eleccionesdel 20N: felicidades a los ganadores, solidaridad a los perdedores, bienvenidos los nuevos grupos. Y felicidades a los ciudadanos en general, depositarios de la soberanía. Votar siempre es una fiesta. Las valoraciones, las proyecciones, las estimaciones, que las hagan plumas autorizadas. Yo me apeo aquí. Vuelvo a mi tema, las lenguas. Hoy mi tema es la relación entre lengua y territorio, o sea los mapas lingüísticos.

Nuestros nacionalistas suelen tener pasión por los mapas lingüísticos: les gustan más que a un tonto un lápiz. Podemos comprobarlo en “la casa de les llengües”, un mamotreto carísimo y pomposo que se está edificando en el barrio 22@ de Barcelona: visiten la página http://www10.gencat.net/casa_llengues/AppJava/es/index.jsp y vean en qué se están gastando nuestros dineros. ¿Y saben por qué les encanta poner las lenguas en mapas, con sus fronteras y sus colorines? Pues porque un mapa significa homogeneidad territorial. Todos los mapas indican eso: homogeneidad interna de las unidades cartografiadas. Incluso los mapas más variables, los del tiempo, indican una homogeneidad territorial: la misma presión, la misma temperatura, el mismo oleaje en un determinado lugar. Si tenemos un anticiclón en Cataluña, lo tienen igual en Reus y en Tarragona. Y si mediante un zoom llegamos a distinguir entre el tiempo en Reus y en Tarragona (una tormenta localizada, o la temperatura diferente en las dos ciudades, o la humedad del aire) debemos suponer que el tiempo es el mismo en las diversas calles de cada ciudad, o en las plantas de un mismo edificio. Aun así, en teoría podríamos llegar a dibujar un mapa con el microclima de cada calle de cada ciudad, porque las calles están ahí y no se mueven. ¿Pero cómo se puede hacer un mapa de los rubios, o de los habilidosos, o de los granujas? Pues la lengua pertenece a este género de cosas: es algo personal. Los territorios no hablan, ni las regiones, ni las ciudades, ni las calles ni los edificios. Solo hablamos las personas. Lo de “lengua territorial” tiene el mismo valor que “religión territorial” o “raza territorial”.

Un mapa lingüístico solo tiene sentido si la gente no cambia de lengua, y si la gente no se mueve de sitio. Pero en nuestra sociedad, los usos lingüísticos son casi todo menos territoriales, y por eso un mapa lingüístico es aberrante. Lo mismo hay que decir de la lengua propia, que en realidad significa “propia de un territorio”. Hay mapas -yo los he visto- en que se dice que en Nueva York se habla no sé si en iroqués o en algonquino: no en inglés. Eso es excusable entre lingüistas, que intentan reflejar el habla documentada de los indígenas. Otra: los indígenas solían ser nómadas, y por lo tanto su relación con el territorio era más bien etérea, fluctuante y circunstancial. Pero lo que sería justificable entre académicos, el mapa lingüístico, en manos de los nacionalistas se vuelve una pancarta reivindicativa, la reclamación de una legitimidad. Y, en consecuencia, la negación de legitimidad a las “lenguas intrusas”. Aplicado a Cataluña: el castellano -la lengua mayoritaria de los catalanes, recordémoslo-, es, según los mapas, una lengua intrusa. La única lengua legítima, según los mapas, es el catalán. Esa idea está muy arraigada. No hace tanto tiempo se la oí a Cristina Almeida, ilustre diputada del PCE, para justificar la política escolar catalana: “Los niños catalanes deben aprender en catalán, ¡claro!”. Lo que desconocía -o simulaba desconocer, quizá- era que, hoy en día, “en catalán” significa “en lengua castellana y catalana”. Y por este orden, si queremos ser democráticos.

Los mapas lingüísticos tienen el mismo valor que los mapas religiosos: ninguno. A estas alturas, nadie se atreve a decir “esta tierra es cristiana”. Pues lo mismo con las lenguas. La lengua va con la persona, y punto. Elemental.

No hay comentarios: