
Los conflictos de intereses ligados a las necesidades de los ciudadanos que habitan un territorio frente a los ciudadanos que habitan otro territorio, colindante o no, pero sometidos a la ley de suma cero en el reparto de recursos disponibles para atender sus necesidades, no son iguales a los conflictos que se derivan de la existencia de diversas identidades que conviven en un mismo territorio.
Un ciudadano de Vic que por motivos laborales—temporales o definitivos, eso nunca se sabe—esté viviendo en Madrid, puede tener muy clara la afirmación de su catalanidad y se alinee por ello con un partido catalanista y sin embargo, en términos de sus intereses logísticos vinculados al día a día, le interese apoyar inversiones territoriales vinculadas a su lugar de residencia: necesitará el metro, o un sistema sanitario bien dotado y cerca de su casa o un sistema educativo de buena calidad para sus hijos en su barrio. En los mismos términos lo hará un ciudadano de Lugo que esté trabajando en Sevilla, o un ciudadano de Carmona que trabaje en Barcelona.
Seguro que hay muchos ciudadanos a los que esto no les pasa--a algunos de Iznájar parece ser--pero suele ser habitual en estos tiempos en los que ya no se viaja en tartana. Quizás pasaba antes, a principios del siglo pasado, pero ahora ni siquiera los que se mueven entre continentes asumen el desarraigo como el impuesto que tienen que pagar por su movilidad. Los viajes low-cost e internet han conectado el mundo entero de forma definitiva e irreversible.
Este nuevo fenómeno social seguro que aún no está claro qué perfil va a adoptar con el tiempo pero apunta ya con solidez y a él nos tendremos que adaptar todos. Este fenómeno en el caso de Barcelona y por extensión Cataluña tendrá, como no podía ser menos, sus propios perfiles. Ya se sabe que aquí lo propio prima y con propiedad lo iremos analizando.
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