viernes, 23 de octubre de 2009

ERC o la política como estética


La opinión de Carlos Silva, asesor del Parlament de Catalunya y ciudadano hospitalense.


La crónica de los últimos días nos devuelve a ERC en gloriosa plenitud, convertidos en los auténticos estetas de la política catalana. La semana de celebraciones que empezó con un remake personal de la noche de Walpurgis, concluyó el pasado domingo con la ascensión en cuerpo y alma del ungido a los montes santuario de Nuria y el Puigmal. Sostenía Walter Benjamin que el Fascismo significaba la introducción de la estética en la vida política. Con estos actos públicos ERC entronca, pues, con una de esas tradiciones de antiguo tan de su agrado, de manera que sólo a través de un análisis estético podemos llegar a tener una intuición del significado de sus actos públicos.

Empecemos por el principio. La marcha nocturna de antorchas en recuerdo del Presidente Companys. Por si sola, la asociación de fuego y noche nos permite un viaje a través de la historia universal de la infamia: aquelarres, autos de fe, los desfiles de antorchas en el congreso del Partido Nazi en Núremberg en 1934. La muerte como escenografía imponente, atemorizante, de fondo, y el fuego que limpia, que ilumina, que profetiza el alba de un nuevo amanecer, de un nuevo orden. Mala poesía para un conjunto de malos actores. Me quedo con la parodia, siempre mucho más próxima al núcleo de verdad de las cosas. Me quedo con la primera asociación de ideas que me vino a la cabeza cuando me topé con las imágenes de Puigcercós, Laporta y Portabella desfilando silentes, circunspectos, sus rostros iluminados con el reflejo ámbar de las llamas. Me quedo con la imagen del Ku kux klan, los grotescos penitentes, y como, por un momento, imaginé que al llegar al final de su paseo no les esperaría un púlpito desde el que lanzar sus soflamas extáticas, sino una gran estelada incandescente alrededor de la que se dispondrían de manera ordenada, obediente, un poco ridícula, como preguntándose ¿y ahora qué?

El instante epifánico no llegaría hasta el fin de semana siguiente con el acto de proclamación de Puigcercós como candidato a la Generalitat en el santuario de Nuria y su secuela en forma de ascenso al Puigmal. Algunos lo podrían interpretar como una prueba de la existencia de Dios, pero lo cierto es que el tiempo ayudó a subrayar el aspecto ceremonial, ritual, del acto. Joan Puigcercós, los brazos extendidos, el santuario de Nuria como telón de fondo, reforzando, debido al frío, el abrigo de su escasa americana con un chaleco cortaviento que le proporcionaba la tirilla curial de rigor, nunca tuvo mayor aspecto de párroco rural. El elegido, tendiendo sus brazos, se ofrecía en sacrificio a su pueblo: ““¡Padre, si quieres, aparta de mi este cáliz! Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la tuya” Entonces, se le apareció un ángel que le confortaba.”

Grande como es la tentación de seguir el hilo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo como referente de nuestro análisis iconográfico de la escenografía republicana, la auténtica madre del cordero (pascual, en este caso) la encontramos en la épica del Éxodo y el mito de Moisés liderando al Pueblo Elegido hacia la Tierra Prometida, en concreto en el episodio del Monte Sinaí y la alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel. A los tres meses de salir de Egipto, Moisés y los hijos de Israel fijaron sus tiendas a los pies del monte Sinaí, tras lo cual Moisés subió a lo alto para hablar con Dios a solas. Éste le expuso las condiciones del pacto: “Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” Moisés, todo hay que decirlo, no tan cargo electo como Puigcercós, aceptó y Dios le transmitió la sabiduría contenida en las tablas de la Ley. Del mismo modo, con una ingenuidad y un infantilismo dignos de mejor empeño, Joan Puigcercós, acompañado de otros reconocidos escaladores de acantilados como Joan Puig, ascendió hasta la cumbre mítica del Puigmal, una vez ungido por su pueblo a los pies del santuario. Allí, selló de forma simbólica su pacto con el destino y la nación catalana plantando una estelada en la cima (aquí notamos la interferencia de las narrativas heroicas de Edmund Hillary y la coronación del Everest y Neil Armstrong y la llegada del hombre a la Luna). Hasta aquí todo encaja. Incluso los tres meses previos en el desierto de Moisés y los israelitas parecen una alusión vaga al preámbulo del gobierno tripartito. Pero, quizás, no todo esté ya dicho. Hay una parte de la historia que debería preocupar al líder y candidato independentista.

Al descender del Monte Sinaí, Moisés descubrió que los israelitas se habían cansado de esperar, de dilaciones, de oír promesas que acababan en nada, y, en su ausencia, habían construido un becerro de oro al que adoraban desenfrenados, pensando que tanto Dios como su líder se habían olvidado de ellos y que estos dos viejos ídolos eran cosa del pasado y ya no podían ofrecerles nada. Quizás la réplica de Esquerra a este capítulo de la historia esté todavía por escribir o esté siendo escrita en estos momentos. Quizás pronto veamos a un Puigcercós atónito, desconcertado, ante el espectáculo de sus propias huestes danzando embriagadas alrededor del becerro de oro de Reagrupament y las promesas de Carretero, su sumo sacerdote, de liberación de la buena, de la de verdad.

Lo preocupante de los despliegues escenográficos, ramplones pero voluntariosos, de ERC no es la mayor o menor sensibilidad estética que demuestran, sino la predominancia en ellos de un tema literario, el del artist manqué, o personaje frustrado, que incapaz de convertir en acto sus propias ambiciones, de transformar en arte la realidad, acaba intentando transformar la realidad en arte. Don Quijote es un artist manqué. Madame Bovary es una artiste manquée. Los asesinos en serie son, desde un punto de vista narrativo, artistes manqués. Adolf Hitler era, definitivamente, un artist manqué. Lo cual, cerrando el círculo, nos lleva de vuelta a Walter Benjamin y el principio de este artículo. Concluía, Benjamin, el pensamiento con el que abría este escrito sosteniendo que todos los esfuerzos dirigidos a hacer de la política una estética culminan, inevitablemente, en una sola cosa: la guerra. Por supuesto, eran otros tiempos y el filósofo alemán no hacía sino presentir la catástrofe que se cernía sobre Europa y que se llevaría su propia vida por delante. Por supuesto, el significado de sus palabras iba dirigido a un análisis más profundo, no sólo del fenómeno del fascismo, sino de los modos de producción y la sociedad de masas. Pero a veces es imprescindible simplificar o agarrarse a la anécdota para llegar a la verdad de las cosas. Puigcercós y ERC deberían meditar cuando fomentan de forma irresponsable la fractura de la sociedad catalana y se auto engañan con ensueños en que todo es posible de manera indolora, sin fricciones, la conclusión espontánea de un proceso inevitable. ERC y el independentismo catalán juegan con fuego real, un fuego que quema más que el de las antorchas nocturnas, al intentar convertir sus fantasías en realidad a cualquier precio y a despecho de cualquier consecuencia, manipulando, con sus escenificaciones de cartón piedra, la opinión de una ciudadanía aletargada, pasiva, a merced de unos adolescentes irresponsables.

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