Una columna de opinión firmada por Arturo San Agustín en el Periódico de Catalunya.
Todo comenzó el día que un político habló en público de "integración" para que los inmigrantes que podían votar le votaran. Porque ese mismo día y a esa misma hora, un inmigrante listo que pasaba por allí vio que en la palabra "integración" había negocio fácil y se frotó las manos.
Desde entonces, queridas niñas y niños, desde aquel día en que político e inmigrante listo se estrecharon la mano, las maniobras aparentemente integradoras de muchos (no de todos) son lo más parecido a un descaro. otros hablarían de escándalo, pero yo, los viernes, solo escribo descaro.
Integrarse, que no sé lo que es, quizá sea tener un trabajo justamente remunerado y una casa, que es lo que queremos todos y por consiguiente es, también, lo que quieren todos los inmigrantes sensatos que son la mayoría.
Los otros abusan, quizá porque llegan mal informados y creen que aquí todo es gratis y abundante. O, hablemos claro, porque les conviene. Vamos a decir la verdad: si el trabajo y la casa fallan, no hay baile, guitarra o cartel japonés dibujado por una sonriente colombiana con abanico que integre a nadie, señor alcalde.
Exagerando un poco -siempre hay que exagerar un poco- desde que la integración es, también, un negocio son muchos los listos que deciden no integrarse porque si se integran se les acaba el dinero fácil, las ayudas fáciles y, desde luego, cómodas. Los políticos no lo dicen en voz alta, pero algunos colectivos -que es palabra de político- rechazan las posibilidades integradoras -determinados trabajos- porque si las aceptan se les acaba el chollo y han de ponerse a currar, que es lo que hacemos casi todos si tenemos esa suerte.
O sea, que mientras las ayudas económicas prometidas por la muy necesaria y urgente ley de dependencia siguen sin llegar, a la feria de Abril le llueven más dineros públicos, quizá porque ha decidido, estratégicamente, perder parte de su acento andaluz y apuntarse a lo latino, que es lo que ahora suena más. Ya saben. La primera ley del márketing es nadar a favor de la corriente.
Integración, cuántos negocios se hacen en tu nombre.
Desde entonces, queridas niñas y niños, desde aquel día en que político e inmigrante listo se estrecharon la mano, las maniobras aparentemente integradoras de muchos (no de todos) son lo más parecido a un descaro. otros hablarían de escándalo, pero yo, los viernes, solo escribo descaro.
Integrarse, que no sé lo que es, quizá sea tener un trabajo justamente remunerado y una casa, que es lo que queremos todos y por consiguiente es, también, lo que quieren todos los inmigrantes sensatos que son la mayoría.
Los otros abusan, quizá porque llegan mal informados y creen que aquí todo es gratis y abundante. O, hablemos claro, porque les conviene. Vamos a decir la verdad: si el trabajo y la casa fallan, no hay baile, guitarra o cartel japonés dibujado por una sonriente colombiana con abanico que integre a nadie, señor alcalde.
Exagerando un poco -siempre hay que exagerar un poco- desde que la integración es, también, un negocio son muchos los listos que deciden no integrarse porque si se integran se les acaba el dinero fácil, las ayudas fáciles y, desde luego, cómodas. Los políticos no lo dicen en voz alta, pero algunos colectivos -que es palabra de político- rechazan las posibilidades integradoras -determinados trabajos- porque si las aceptan se les acaba el chollo y han de ponerse a currar, que es lo que hacemos casi todos si tenemos esa suerte.
O sea, que mientras las ayudas económicas prometidas por la muy necesaria y urgente ley de dependencia siguen sin llegar, a la feria de Abril le llueven más dineros públicos, quizá porque ha decidido, estratégicamente, perder parte de su acento andaluz y apuntarse a lo latino, que es lo que ahora suena más. Ya saben. La primera ley del márketing es nadar a favor de la corriente.
Integración, cuántos negocios se hacen en tu nombre.
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