miércoles, 1 de mayo de 2013

6.202.700

Editorial de UPyD.                                                                          Durante algunos años los españoles creímos que habíamos superado nuestro principal problema social y económico: el paro. Eran los años en los que jugábamos en la Champions League de los países prósperos, teníamos el sistema financiero más sólido del mundo, habíamos adelantado a Italia en renta per capita y nos disponíamos a dar caza a Francia. Lo que vino entonces, justo tras ese chispazo de vanidad gubernamental, no hace falta contarlo, ya que no sólo lo hemos vivido sino que lo seguimos viviendo. El discurso oficial pasó a describir la situación como si se tratara de un desastre natural. Algo que había venido de fuera, ajeno a cualquier decisión política y frente a lo que el Gobierno era, ay, la primera víctima. El principal partido de la oposición, por su parte, no negaba ese carácter inevitable de la crisis, pero aseguraba, con la misma soberbia que antes exhibieron sus adversarios, que todo era cuestión de confianza y de siglas. En cuanto ellos alcanzaran el poder, los problemas se solucionarían y volveríamos a la Champions League. Se produjo el cambio de ciclo, la oposición se convirtió en Gobierno y en seguida se pudo comprobar que su simple presencia no tenía los poderes mágicos de se presumía. Y volvió el discurso determinista. Así son las cosas, nada más se puede hacer, ya escampará. 6.202.700 parados. ¿De qué sirve que escampe si para entonces nos hemos ahogado todos? ¿Qué tiene que ocurrir para que los que gobiernan España salgan de su atonía? Es siempre la misma conducta, la misma actitud, sin atisbo de autocrítica. Son los hábitos aprendidos al calor del bipartidismo, que les llevan a tomar una y otra vez las mismas medidas fracasadas, a repetir los mismos eslóganes autocomplacientes, a trasladar a otros su responsabilidad. Pueden ocurrir dos cosas: que estemos viviendo tiempos extraordinarios o una época de normalidad. Si es lo primero, ¿por qué reinciden los líderes del viejo bipartidismo las conductas de siempre? La otra opción, aunque pueda sonar descabellada, explica mejor por qué nos vemos en el fondo de este pozo. A España no le ha caído un meteorito, no le ha sacudido un terremoto ni la ha devastado un tsunami. La crisis financiera internacional que se desató en toda su crudeza tras la quiebra de Lehman Brothers fue eso: internacional. Afectó a todos los países en cierta medida. Pero, mientras algunos salieron ilesos y otros sufrieron efectos moderados, España quedó convertida en un erial. En realidad, en el erial que no había dejado de ser. El esfuerzo y el talento de muchos españoles levantó un edificio de prosperidad desde mediados de los noventa, pero los pilares sobre los que se asentaba - las instituciones - estaban carcomidos. Por eso el edificio se derrumbó con la facilidad de un decorado de cartón piedra. El mejor sistema financiero del mundo resultó ser uno de los peores, por culpa de los viejos partidos que habían ocupado las cajas de ahorros (entonces el 51% del sistema) habían conducido a la mayoría de ellas a la quiebra. Los órganos reguladores que debían vigilar el sistema, controlados también por los partidos, se convirtieron en cómplices. Las administraciones, que habían gastado lo que tenían y lo que no en aeropuertos sin aviones y otros lujosos artefactos electorales, se vieron con el agua al cuello, aunque a día de hoy mantienen los organismos superfluos en los que abrevan los compañeros de partido. El marco laboral basado en la segregación entre trabajadores fijos y precarios, volvió a servir para lo único sirve: generar millones de parados. Aun así, se hicieron dos reformas laborales que mantenían el modelo. Lo extraordinario fue la prosperidad. Lo extraordinario fue el 8% de paro. Lo extraordinario fueron la Champions y el mejor sistema financiero. Es necesario asumirlo. No para caer en la autocompasión o en la desesperanza. Con todos sus defectos, España es una democracia. Siempre estará en las manos de la ciudadanía promover los cambios. Pero tendrá que ser la ciudadanía. Y para ello tendrá que sacudirse la caspa sectaria que durante décadas ha brotado del bipartidismo. Ambos, PP y PSOE (con la colaboración de IU y nacionalistas) han gobernado España desde la Transición. Ambos son responsables de la carcoma de las instituciones. Ese teatro del "¡cuidado, que viene la derecha!" y del "¡cuidado, que vienen los socialistas!" les ha servido para polarizar a la sociedad y, así, mantener sus privilegios a costa de los españoles. Paradójicamente, los ataques descarnados les beneficiaban a ambos. Hay salida, pero va a exigir compromiso y virtud ciudadana para juzgar a los políticos por lo que hacen y no por lo que dicen. No es el momento de la indiferencia ni el de los bidones de gasolina. Es el momento del valor y de la responsabilidad.

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