viernes, 29 de abril de 2011

Lo que nos une.

La opinión de Rosa Díez en su blog.



Me considero una privilegiada. Trabajo en lo que me gusta; defiendo con toda libertad las cosas en las que creo y tengo la oportunidad de hacerlo en toda España; estoy rodeada de un montón de personas a las que quiero y por las que me siento querida, compañeros de viaje con los que comparto risas y preocupaciones de forma cotidiana.

Claro que esta tarea política a la que me dedico produce sinsabores; claro que te llevas disgustos grandes por cosas nimias, por malos entendidos, por malas intenciones o por errores humanos que tienen consecuencias inesperadas. Claro que la exposición pública permanente es delicada; claro que a veces sientes incomprensión y/o impotencia ante acontecimientos que te parecen (y son) injustos para con la tarea generosa y altruista de toda esa gente que hace posible mi trabajo. Claro que te indigna que el trabajo bien hecho tenga una repercusión mediática tan escasa cuando ves a los medios de comunicación gastando tiempo y espacio en verdaderas tonterías que nada tienen que ver con los intereses de los ciudadanos o con las propuestas necesarias para resolver sus problemas.

Pero dicho todo eso, las satisfacciones derivadas de esta tarea son mucho mayores que los disgustos que a veces la acompañan. Veréis, yo tengo la suerte de recorrer toda España en nombre de Unión Progreso y Democracia. Veo y escucho a los ciudadanos que se acercan a nuestros actos políticos en Salamanca, en Oviedo, en Palma de Mallorca, en Campo de Criptana, en Valladolid, en Burgos, en Málaga, en Móstoles, en Cádiz, en Barcelona, en Santiago de Compostela, en Santander, en Valencia, en Cartagena, en Alcobendas, en Avilés, en Badajoz, en Torrejón de Ardoz, en Vistalegre … Veo cómo reaccionan los ciudadanos que se acercan a hablar y escucharnos y puedo deciros que sigue viva la comunidad política española que algunos pretenden liquidar poniendo el énfasis en lo que nos diferencia.

Todas las personas con las que hablo me transmiten las mismas preocupaciones, las mismas ilusiones, las mismas reivindicaciones y las mismas esperanzas para su futuro y el de sus hijos. Todos ellos (lo mismo da que estén en Galicia que en Cantabria o en Extremadura), sienten la necesidad de que España vuelva a ser un país con un interés, unos valores y unos derechos comunes. Todos aplauden o asienten cuando planteamos la necesidad de que la Educación vuelva a ser competencia del Estado para garantizar así la calidad del sistema y la igualdad de todos los españoles. Todos comparten con nosotros la urgencia de despolitizar la Justicia, las Cajas de Ahorro, los Organismos de Control de las Telecomunicaciones, el Mercado de Valores, la Competencia o la Energía. Todos afirman que es una injusticia que la ley electoral no trate con equidad a los ciudadanos españoles y devalúe su voto en interés de un bipartidismo feroz y antidemocrático. Todos exigen que la Sanidad trate de forma equitativa a todos los españoles, cumpliendo el mandato de universalización y garantizando el cumplimiento de los derechos que se proclaman.

En toda España los ciudadanos se siguen emocionando cuando defendemos sin complejos los valores comunes de la democracia; en toda España los ciudadanos reaccionan con interés ante la llamada a la participación política, a la recuperación de la autoestima, al valor regenerador y transformador del voto libre y crítico. Los jóvenes – lo mismo da en Cádiz que en Valencia– se sienten apelados cuando les pides que tomen las riendas, que no nos dejen solos; las personas más mayores reaccionan esperanzadas cuando escuchan palabras “que yo ya tenía en la cabeza”, como me suelen decir. Veo la emoción en la gente que está sentada escuchando hablar de igualdad, de libertad, de progreso, de justicia, de patriotismo constitucional… En cualquier lugar de España, cuando puedo hablar un poco con las personas que han acudido al mitin, me dicen las mismas cosas: “Sigue así”; “no nos dejéis”; “he recuperado la esperanza en la política”; “yo era de esas que tú dijiste, de las que creía que sois estupendos pero que nada se puede hacer y hoy he cambiado de opinión…”; “gracias por lo que estáis haciendo”; “te escuchaba y pensaba que me estabas leyendo lo que llevo en la cabeza”; “ánimo, adelante”; “nunca había asistido a un mitin… me ha emocionado, me ha encantado…”; “yo soy de las que has dicho, no conozco a nadie en la sala… me encanta…”

Lo mismo ocurre cuando te mueves por cualquier ciudad de España. La gente se acerca, me llama por mi nombre, me saluda con afecto, me agradece nuestro trabajo, me anima a seguir adelante… Y, además, me cuenta sus cosas: la situación en la que ha quedado su marido, o su esposa, o su hijo; los problemas con la hipoteca; las dificultades para llegar a fin de mes con varios niños en edad escolar; los problemas que le generan la reducción de un sueldo ya escaso de policía, o bombero, o enfermera, o profesor; la pensión que le ha quedado a su madre viuda… Todos ellos muestran confianza hacia nosotros; todos ellos quieren soluciones y nos exigen respeto. Se que si se acercan de esa manera amable y directa es porque en nosotros ven verdad y nos consideran de los suyos; y porque sienten que necesitan que alguien ponga voz a sus pensamientos, a sus anhelos, a sus aspiraciones; y hasta a su cabreo o su rabia.

Entenderéis que me sienta una privilegiada por vivir toda esta experiencia. Porque los ciudadanos me hacen reafirmar cada día que todo nuestro esfuerzo merece la pena; y me confirman que hay millones de españoles esperando que alguien les de una oportunidad, siquiera una disculpa, para volver a comprometerse. Digámoslo con humildad, pero digámoslo a los cuatro vientos: nosotros somos, hoy por hoy, ese instrumento que va a permitir reencontrarse a millones de españoles que no son de ningún frente, que se saben de esa tercera España unida por una comunidad de valores innegociables recogidos en nuestra Constitución, que se consideran ciudadanos por encima de cualquier secta o credo y que exigen ser tratados como tales. Somos, como dijo nuestro irrepetible Álvaro Pombo, la conjunción copulativa; la que une, la que fortalece, la que suma. Y también, por que no decirlo, la que devuelve la alegría a esa política aburrida de jugar a la defensiva con la única ambición d empatar a cero.

Esto es lo que quiero compartir con todos vosotros: que hay equipo, que hay ambición de país, que hay partido, que hay juego; y que las gradas están llenas de gente dispuesta a aplaudir y disfrutar y también a ser el relevo.

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