martes, 30 de junio de 2009

En política el photoshop no es la solución

Anatomía de un instante. (17)


El discurso, incluidos los buenos propósitos y la retórica emotiva, quiere ser una declaración moral además de política. Nada autoriza a dudar de su sinceridad: abandonando la presidencia Suárez intenta dignificar la democracia (y, en cierto sentido protegerla); pero a las razones de ética política se suman razones de estrategia personal: para Suárez dimitir es también una forma de protegerse y dignificarse a sí mismo, recobrando su amor propio y su mejor yo con el fin de preparar su retorno al poder. Por eso dije antes que dimitir como presidente fue su último intento de legitimarse como presidente. Me corrijo ahora. No fue su último intento. Fue el penúltimo. El último lo hizo en la tarde del 23 de febrero, cuando, sentado en su escaño mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo del Congreso y ya no eran suficientes las palabras y había que demostrar con actos lo que era y lo que quería, le dijo a la clase política y a todo el país que, aunque tuviera el pedigrí democrático más sucio de la gran cloaca madrileña y hubiera sido un falangistilla de provincias y un arribista del franquismo y un chisgarabís sin formación, él sí estaba dispuesto a jugarse el tipo por la democracia.

Lo que busca el ciudadano en un político.


Visto lo visto, está claro que la ciudadanía busca en un político la egocentría de un mal educado y la desarmante grosería de un niño mimado.

Anatomía de un instante. (16)


Ese es en realidad el significado de un discurso de despedida en televisión, un discurso que contiene una respuesta individual a los reproches navideños del Rey y un reproche colectivo a la clase dirigente que le ha negado la legitimidad anhelada, pero que sobre todo contiene una vindicación de su integridad política, lo que, en un político como Suárez, refractario a distinguir lo personal de lo político, significa también una vindicación de su integridad personal. Orgullosamente, a fin de cuentas verazmente (aunque sólo a fin de cuentas), Suárez empieza aclarando al país que se marcha por decisión propia, "sin que nadie me lo haya pedido", y que lo hace para demostrar con actos ("porque las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos lo que somos y lo que queremos") que es falsa la imagen que se ha impuesto de él, según la cual es "una persona aferrada al cargo". Suárez recuerda su papel en el cambio desde la dictadura a la democracia y afirma que no abandona la presidencia porque sus adversarios lo hayan derrotado o porque se haya quedado sin fuerzas para seguir peleando, lo que posiblemente no es cierto o no es del todo cierto, sino porque ha llegado a la conclusión de que su marcha del poder puede ser más beneficiosa para el país que su permanecia en él, lo que probablemente sí lo es: quiere que su renuncia sea "un revulsivo moral" capaz de desterrar para siempre de la práctica política de la democracia "la visceralidad", "la permanente descalificación de las personas", "el ataque irracionalmente sistemático" y "la inútil descalificación global"; todas aquellas agresiones de las que durante muchos meses se ha sentido víctima. "Algo muy importante tiene que cambiar en nuestras actitudes y comportamientos -afirma-.

A día de hoy

Anatomía de un instante. (15)


Pero, aunque estaba políticamente acabado y personalmente roto, también dimitió por la misma razón por la que lo hubiera hecho cualquier político puro: para poder seguir jugando; es decir: para no ser expulsado por las malas de la mesa de juego y verse obligado a salir del casino por la puerta falsa y sin posibilidad de volver. De hecho, es posible que Suárez pretendiera al presentar su dimisión imitar un órdago triunfal de Felipe González, que en mayo de 1979 había abandonado la dirección del PSOE, en desacuerdo con el hecho de que el partido siguiera definiéndose como marxista, y que apenas cuatro meses más tarde, una vez que el PSOE no acertó a sustituirlo y borró el término marxista de sus estatutos, había regresado a su cargo en olor de multitudes. Es posible que Suárez intentara provocar una reacción semejante en su partido; sí así fue, a punto estuvo de conseguirlo. El 29 de enero, justo el día en que Suárez dio a conocer por televisión su renuncia a la presidencia, estaba previsto en Palma de Mallorca el inicio del segundo congreso de UCD; la estrategia de Suárez tal vez consistía en anunciar por sorpresa su renuncia durante la jornada inaugural y en aguardar a que la conmoción así provocada encendiera una revuelta de las bases de la organización contra sus jefes de filas que le devolviese directamente o en el plazo de pocos meses el mando del partido y del gobierno. La mala suerte (quizá combinada con la astucia de alguno de sus adversarios en el gobierno) desbarató sus planes; una huelga de controladores aéreos obligó a aplazar el congreso unos días en el momento en que Suárez ya había comunicado su propósito de dimitir a varios ministros y jefes de filas de su partido, y el resultado de esta contariedad fue que, convencido de que la primicia no podría mantenerse en secreto durante tanto tiempo, tuvo que dar a conocer su dimisión antes de lo previsto, de forma que cuando por fin se celebró el congreso en la primera semana de febrero el tiempo transcurrido desde el anuncio de su retirada había amortiguado el impacto de la noticia, que no le alcanzó para recuperar el poder perdido pero sí para hacerse con el control de la directiva de UCD, para ser el miembro de ésta más votado por sus compañeros y para que el congreso puesto en pie lo aclamara calurosamente.

Homenaje a Michael Jackson

Anatomía de un instante. (14)


Suárez lo sabía. Sabía que el Rey ya no estaba con él. Mejor dicho: lo sabía pero no quería admitir que lo sabía, o al menos no quiso admitirlo hasta que ya no le quedó más remedio que admitirlo. En el otoño de 1980 Suárez sabía que el Rey lo consideraba el principal responsable de la crisis y que albergaba serias dudas sobre su capacidad para resolverla, pero no sabía (o no quería admitir que sabía) que el Rey abominaba de él cada vez que hablaba con un político, con un militar o con un empresario; Suárez también sabía que su relación con el Rey era mala, pero no sabía (o no quería admitir que sabía) que el Rey había perdido la confianza en él y que exhortaba a que sus adversarios lo echasen del poder. Finalmente el 24 de diciembre a Suárez ya no le quedó más remedio que admitir que sabía lo que sabía en realidad desde hacía varios meses. Aquella noche la televisión emitió el discurso navideño del Rey; casi siempre ha sido un discurso ornamental, pero en aquella ocasión no lo fue (y, como si quisiera subrayar que no lo era, el monarca apareció ante las cámaras solo y no acompañado por su familia, como había hecho hasta entonces). La política, dijo entre otras cosas el Rey aquella noche, debe ser considerada "como un medio para conseguir un fin y no como un fin en sí mismo". "Esforcémonos en proteger y consolidar lo esencial -dijo-, si no queremos exponernos a quedarnos sin base ni ocasión para ejercer lo accesorio." "Al recapitular hoy sobre nuestras conductas -dijo-, que examinemos nuestro comportamiento en el ámbito de responsabilidad que a cada uno es propio, sin la evsasión que siempre supone buscar culpas ajenas." "Quiero invitar a reflexionar a los que tienen en sus manos la gobernación del país -recalcó-. Han de poner la defensa de la democracia y del bien común por encima de sus limitados y transitorios intereses personales, de grupo o de partido." Ésas fueron algunas de las frases que el Rey pronunció en su dicurso, y es imposible que Suárez no sintiera que estaban dirigidas a él; también, que no las interpretara como lo que probablemente eran. Una acusación de aferrarse al poder como un fin en sí mismo, de proteger lo accesorio, que era su cargo de presidente, por encima de los esencial, que era la monarquía,una acusación de comportarse irresponsablemente buscando culpables a sus propias culpas y poniendo su transitorio y limitado interés por encima del bien común, una forma pública y confidencial, en fin de pedirle que dimitiera.

lunes, 29 de junio de 2009

Esperando a que saltes

Anatomía de un instante. (13)


No ignoraba que para muchos la moción debía llevar a la presidencia a un general al frente de un gobierno de coalición o concentración o unidad, no ignoraba que el Rey miraba con buenos ojos o barajaba seriamente la maniobra, o que por lo menos permitía que algunos creyesen que la miraba con buenos ojos o la barajaba seriamente, no ignoraba que el militar más verosímil con que llevarla a cabo era Alfonso Armada, y que a pesar de que él se opusiera a ello el Rey estaba haciendo lo posible por traerse a su antiguo secretario a Madrid como segundo jefe de Estado Mayor del ejército. Todo esto sin duda le pareció peligroso para su futuro, pero -porque suponía poner a prueba los engranajes flamantes del juego democrático involucrando al ejército en una operación que abría las puertas de la política a unos militares reacios a comulgar con el sistema de libertades, si no impacientes por destruirlo- también le pareció peligroso para el futuro de la democracia: Suárez conocía sus normas y, aunque no se manejase bien con ellas, había inventado el juego o consideraba que había inventado el juego y no estaba dispuesto a permitir que se malograse, por la sencilla razón de que él era su inventor. Para evitar el riesgo de que se malograse el juego dimitió.

Nada por la patria. (10)


Ese clima, exactamente ese, era el que impregnaba la Barcelona de 1992 no mucho después de las Olimpiadas donde un hijo de Jordi Pujol había hecho una carrerilla pública portando un "Freedom for Catalonia" -en inglés, of course: todos los mensajes que aspiran a salir por las pantallas del mundo deben redactarse en inglés-; las Olimpiadas internacionalísimas repletas de músculo farmaceútico donde los independentistas queriendo boicotear a los reyes habían logrado que el público del estadi se lanzara a vitorear a España y a sufrir por ella como hacía tiempo que no se veía en Cataluña. El público, sí, municipal y espeso, en el anonimato multitudinario y amniótico del Estadi. Pero después, uno a uno, por la calle, en el trabajo, todos esos individuos que juntos y revueltos conformaban la multitud española volvían a estar asustados, todos aceptaban la hegemonía nacionalpujolista que habían ido construyendo políticos y periodistas, suqueros y escoltes, nadie de aquella furia española que rugió poderosa en Montjuïc.

Anatomía de un instante. (12)


Personalmente solo y exhausto, personalmente perdido en un laberinto de autocompasión, de hartazgo y de desengaño, hacia noviembre de 1980 Suárez empezó a pensar en dimitir. Si no lo hacía era porque lo arrastraba la inercia o el instinto del poder y porque era un político puro y un político puro no abandona el poder. Lo echan, también, quizá, porque en los momentos de euforia que punteaban su abatimiento un resto de coraje y de orgullo le persuadía de que, aunque nada de lo que hiciera en adelante podía superar lo que ya había hecho, sólo él podía arreglar lo que él mismo había malogrado. En aquellos días buscaba alivio y estímulo en los viajes al extranjero, donde su predicamento de hacedor de la democracia española continuaba todavía intacto, en el curso de uno de ellos, tras asistir a la toma de posesión del primer ministro peruano Belaúnde Terry en Lima, Suárez concedió a la periodista Josefina Martínez una de sus últimas entrevistas como presidente, y el resultado de esa charla fue un texto tan negro, tan amargo y tan sincero -tan lleno de lamentos por la ingratitud, la incomprensión y las ofensas e insultos personales de que se sentía objeto- que sus asesores impidieron que se publicara. "Yo suelo decir que me he empeñado en un combate de boxeo en el que no estoy dispuesto a pegar un solo golpe -le dijo Suárez a la periodista aquel día-. Quiero ganar el combate en el quince round por agotamiento del contrario... ¡Así que debo tener una gran capacidad de aguante!" es falso que no diera un solo golpe (los dio, sólo que ya no tenía fuerzas para seguir dándolos), pero es verdad que tenía una gran capacidad de aguante, y sobre todo es verdad que así es como él se vio muchas veces en el otoño y el invierno de 1980: en el centro del ring, tambaleándose y ciego de sangre,de sudor y de párpados hinchados, con los brazos muertos a lo largo del cuerpo, resollando entre el griterío del público y el calor de los focos, anhelando en secreto el golpe definitivo.

Política voraz

Anatomía de un instante. (11)


Desde el verano de 1980 Suárez vivió prácticamente enclaustrado en la Moncloa, protegido por su familia y por exiguo puñado de colaboradores. Parecía afectado por una extraña parálisis, o por una forma difusa de miedo, o quizá era vértigo, como si en algún momento de lucidez masoqusita hubiese comprendido que no era más que un farsante y se hubiese propuesto a toda costa evitar el contacto social por temor a que lo desenmascarasen, y a la vez como si temiera que un oscuro anhelo de inmolación lo estuviera impulsando a terminar él mismo con la farsa. Se pasaba horas y horas encerrado en su despacho leyendo informes relativos al terrorismo, al ejército, a la policía económica o internacional, pero luego era incapaz de tomar decisiones sobre esos asuntos o simplemente de reunirse con los ministros que debían tomarlas. No acudía al parlamento, no concedía entrevistas, apenas se dejaba ver en público y más de una vez no quiso o no pudo presidir de principio a fin las reuniones del consejo de ministros, ni siquiera encontró ánimos para asistir a los funerales de tres miembros vascos de su partido asesinados por ETA, ni a los de cuarenta y ocho niños y tres adultos que a finales de octubre murieron a causa de una explosión accidental de gas propano en un colegio del país Vasco. Su salud física no era mala, pero sí su salud anímica. No hay duda de que en torno a él sólo veía una oscuridad de ingratitudes, traiciones y desprecios, y de que interpretaba cualquier ataque a su trabajo como un ataque a su persona, cosa que quizá sepa atribuir de nuevo a sus dificultades para adaptarse a la democracia. Nunca acabó de entender que en la política de una democracia la política es un teatro y nadie puede actuar en un teatro sin fingir lo que no siente, por supuesto, él era un político puro y, como tal, un actor consumado, pero su problema era que fingía con tanta convicción que acababa sintiendo lo que fingía, lo que le llevaba a confundir la realidad con su representación y las críticas políticas con las personales.

Ku Klux Klan


Si los catalanistas fueran negros votarían al Ku Klux Klan.

Anatomía de un instante. (10)


Aunque el secreto no se hizo público hasta un año después, en septiembre de 1979, cuando estaba en la cima de su poder y su prestigio, Suárez era ya íntimamente un político acabado. Antes apunté una razón de su súbito hundimiento: Suárez, que había sabido hacer lo más difícil -desmontar el franquismo y construir una democracia-. Era incapaz de hacer lo más fácil -administrar la democracia que había construido-; matizo ahora; para Suárez lo más difícil era lo más fácil y aunque no había creado el franquismo, Suárez había crecido en él, conocía a la perfección sus reglas y las manejaba con maestría (por eso pudo terminar con el franquismo fingiendo que solo cambiaba sus reglas); en cambio, aunque había creado la democracia y establecido sus reglas, Suárez se manejaba en ella con dificultad, porque sus hábitos, su talento y su temperamento no estaban hechos para lo que había construido, sino para lo que había destruido. Ésa fue al mismo tiempo su tragedia y su grandeza. La de un hombre que consciente o inconscientemente trabaja no para fortalecer sus posiciones, sino, por recurrir de nuevo al término de Enzensberger, para socavarlas. Como no sabía usar las reglas de la democracia y sólo sabía ejercer el poder como se ejerce en una dictadura, ignoraba al Parlamento, ignoraba a sus ministros, ignoraba a su partido. En el nuevo juego que había creado sus virtudes se convirtieron rápidamente en defectos -su desparpajo se convirtió en ignorancia, su osadía en temeridad, su aplomo en frialdad-, y el resultado fue que en muy poco tiempo Suárez dejó de ser el político brillante y resuelto que había sido durante sus primeros años de gobierno.

domingo, 28 de junio de 2009

¡Que no te coman el coco!

Anatomía de un instante. (9)


Los militares golpistas no tenían razón, pero tenían razones, y algunas de ellas eran muy poderosas. No me refiero a la inquietud con que asistían hacia 1980 al deterioro de la situación política política, social y económica, ni al disgusto sin disimulo que les producía -a ellos, que habían sido encargados por la Constitución del 78 de la defensa de la unidad de España pero que se sentían vinculados a ese mandato por un imperativo enterrado en su ADN- la proliferación de banderas y reivindicaciones nacionalistas y la descentralización impulsada por el Estado de las Autonomías, una combinación de palabras que para la inmensa mayoría de los militares era apenas un eufemismo que ocultaba o anticipaba la voladura controlada de la patria; me refiero a un asunto mucho más hiriente, en definitiva una de las causas directas del golpe de estado: el terrorismo, y en particular el terrorismo de ETA, que por aquellas fechas se encarnizaba con el ejército y la guardia civil ante la indulgencia de una izquierda que aún no había desprovisto a los etarras de su aureola de luchadores antifranquistas. Es fácil entender esta actitud de la izquierda. Basta recordar para ello el funesto papel del sostén de la dictadura que durante cuarenta años desempeñaron el ejército, la guardia civil y la policía, por no mencionar la lista abultada de sus atrocidades; es imposible justificarla: si las Fuerzas Armadas debían proteger con todos sus medios a la sociedad democrática frente a sus enemigos, la sociedad democrática debía proteger con todos sus medios a las Fuerzas Armadas de la matanza a que estaban siendo sometidas, o al menos debía solidarizarzse con sus miembros. No lo hizo, y la consecuencia de ese error fue que las Fuerzas Armadas se sintieron abandonadas por una parte considerable de la sociedad democrática y que terminar con aquella matanza se convirtió, a ojos de una parte considerable de las fuerzas armadas, en un argumento irresistible para terminar con la sociedad democrática.

Lengua censurada

Nada por la patria. (9)


El miedo. El temor razonable. La difamación velada. Las cosas que se saben pero no se dicen. Las que se dicen pero no se creen. Las que se aceptan porque la hegemonía rampante del nacionalismo no se discute. Las que alguna vez se confiesan en voz muy baja, en la alta madrugada de oscuras tabernas escocesas de San Gervasio, tras cuatro pintas de cerveza Guinness bien negra con un dedo de rubia espuma espesa, cuando uno sabe que a la luz del día siguiente negará haberlo dicho y el otro sabe que nunca confesará haberlo oído.

Anatomía de un instante. (8)


Un cliché historiográfico afirma que el cambio de la dictadura a la democracia en España fue posible gracias a un pacto de olvido. Es mentira; o, lo que es lo mismo, es una verdad fragmentaria, que sólo empieza a completarse con el cliché opuesto. El cambio de la dictadura a la democracia en España fue posible gracias a un pacto de recuerdo. Hablando en general, la transición -el período histórico que conocemos con esa palabra equívoca, que sugiere la falsedad de que la democracia fue una consecuencia ineluctable del franquismo y no el fruto de una voluntariosa e improvisada concatenación de azares facilitada por la decrepitud de la dictadura- consistió en un pacto mediante el cual los vencidos de la guerra civil renunciaron a ajustar cuentas por lo ocurrido durante cuarenta y tres años de guerra y dictadura, mientras que, en contrapartida, tras cuarenta y tres años ajustándoles las cuentas a los vencidos los vencedores aceptaban la creación de un sistema político que acogiese a unos y a otros y que fuese en lo esencial idéntico al sistema derrotado en la guerra. Ese pacto no incluía olvidar el pasado: incluía aparcarlo, soslayarlo, darlo de lado; incluía renunciar a usarlo políticamente, pero no incluía olvidarlo.

sábado, 27 de junio de 2009

Le llamas lobo pero él sólo quiere ayudarte

Anatomía de un instante. (7)


El general pudo verse a sí mismo en los guardias civiles que desafiaban su autoridad disparando sobre el hemiciclo, porque cuarenta y cinco años atrás él había desobedecido el imperativo genético de la disciplina y se había insubordinado contra el poder civil encarnado en un gobierno democrático; o dicho de otra manera: tal vez la furia del general Gutiérrez Mellado no estaba hecho únicamente de una furia visible contra unos guardias civiles rebeldes, sino también de una furia secreta contra sí mismo, y tal vez no sea del todo lícito entender su gesto de enfrentarse a los golpistas como el gesto extremo de contrición de un antiguo golpista.

Hay amores que duelen

Anatomía de un instante. (6)


De forma que cuando en los meses previos al 23 de febrero la embajada norteamericana en Madrid y la estación de la CIA empiezan a recibir noticias de la inminencia de un golpe de bisturí o de timón en la dmeocracia española, su reacción, más que favorable, es entusiasta, en particular la de su embajador Terence Todman, un diplomático ultraderechista que años atrás, como encargado de la política norteamericana en América latina, apoyó a fondo las dictaduras latinoamericanas, que ahora consigue que los dos únicos políticos españoles acogidos por el presidente Reagan en la Casa Blanca antes del golpe sean dos significados políticos franquistas en barbecho -Gonzalo Fernández de la Mora y Federico Silva Muñoz- y que el día 13 de febrero se reúne en una finca próxima a Logroño con el general Armada. No conocemos el contenido de esa reunión, pero hay hechos que demuestran sin lugar a dudas que el gobierno norteamericano estuvo informado del golpe antes de que ocurriera: desde el día 20 de febrero las bases militares de Torrejón, Rota, Morón y Zaragoza se hallaban en estado de alerta y buques de la VI Flota fueron situados en las cercanías del litoral mediterráneo, y a lo largo de la tarde y la noche del día 23 un avión AWACS de inteligencia electrónica perteneciente al 86 escuadrón de Comunicaciones desplegado en la base alemana de Ramstein sobrevoló la península con objeto de controlar el espacio radioeléctrico español. Estos detalles no se conocieron sino días o semanas o meses más tarde, pero en la misma noche del 23 de febrero, cuando el secretario de estado norteamericano, el general Alexander Haig, despachó una pregunta sobre lo que estaba sucediendo en España sin una palabra de condena del asalto al Congreso ni una palabra en favor de la democracia -el intento de golpe de estado no pasaba de ser para él "un asunto interno"-, nadie dejó de entender lo único que podía entenderse: que Estados Unidos aprobaba el golpe y que, si éste acababa triunfando, el gobierno norteamericano sería el primero en celebrarlo.

viernes, 26 de junio de 2009

¿Quién falta en la foto?

Anatomía de un instante. (5)


Igual que el gesto de Adolfo Suárez permaneciendo sentado en su escaño mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo, el gesto del general Gutiérrez Mellado enfrentándose furiosamente a los militares golpistas es un gesto de coraje, un gesto de gracia, un gesto de rebeldía, un gesto soberano de libertad. Tal vez sea también, por así decir, un gesto póstumo, el gesto de un hombre que sabe que va a morir o que ya está muerto, porque, con la excepción de Adolfo Suárez, desde el inicio de la democracia nadie había acaparado tanto odio militar como el general Gutiérrez Mellado, quien apenas se desató el tiroteo quizá sintió como casi todos los presentes que sólo podía saldarse con una masacre y que, suponiendo que él la sobreviviera, los golpistas no tardarían en eliminarlo. No creo que sea, en cambio, un gesto histriónico: aunque desde hacía cinco años ejerciese la política, el general Gutiérrez Mellado nunca fue esencialmente un político; fue siempre un militar, y por eso, porque siempre fue un militar, su gesto de aquella tarde fue también de algún modo un gesto lógico, obligado casi fatal: Gutiérrez Mellado era el único militar presente en el hemiciclo y, como cualquier militar, llevaba en los genes el imperativo de la disciplina y no podía tolerar que unos militares se insubordinaran contra él. No anoto esto último para rebajar el mérito del general: lo hago sólo para tratar de precisar el significado del gesto.

Fracaso

Ángel de la Fuente en El Periódico de Catalunya




La Generalitat ha hecho públicos hace unos días los desalentadores resultados de una prueba de competencias básicas para alumnos de sexto de primaria. Uno de cada cuatro niños catalanes termina el primer ciclo educativo sin haber adquirido las competencias básicas de lengua y matemáticas que le permitirían afrontar la educación secundaria con un mínimo de garantías de éxito. Las tasas de fracaso, además, son significativamente más elevadas entre los colectivos más desfavorecidos. El ascensor social que debería ser la escuela simplemente no funciona.
Esto confirma uno de los resultados clave de la investigación reciente en la economía de la educación: que tanto las causas como los remedios del fracaso escolar han de buscarse en los primeros años de vida. El aprendizaje es un proceso acumulativo que comienza muy pronto, en el que cada cosa tiene su tiempo y los inputs familiares son cruciales. Los niños que no adquieren en su momento las herramientas básicas para seguir aprendiendo van acumulando déficits de competencias que difícilmente tienen remedio más adelante.
La implicaciones son claras: tenemos que cogerlos a tiempo. Si queremos tener alguna posibilidad de compensar los efectos de las desigualdades socioeconómicas de origen, una escolarización muy temprana y de calidad es imprescindible. También lo son la detección precoz de los problemas de aprendizaje y su corrección mediante los adecuados programas de refuerzo en la educación infantil y primaria.
Después ya es demasiado tarde en la mayoría de los casos. De hecho, algunas de las medidas que se adoptan en secundaria para salvaguardar la igualdad de oportunidades no solo no funcionan sino que terminan empeorando las cosas. La principal es el itinerario único. Mantener juntos en una única aula hasta los 16 años a estudiantes con niveles de preparación y motivación y planes inmediatos muy distintos no ayuda demasiado a los más atrasados y suele traducirse en un menor nivel de exigencia. Seguramente no hace falta separar a los alumnos por centros, pero convendría al menos separarlos por aulas durante parte de la jornada.

Le dieron por muerto sin estarlo.

Anatomía de un instante. (4)


Eso fue todo. O eso es todo lo que sabemos, porque en aquella época los dirigentes del PSOE discutieron a menudo el papel que el ejército podía desempeñar en situaciones de emergencia como la que según ellos atravesaba el país, lo que no dejaba de ser una forma de señalizar la pista de aterrizaje de la intervención militar. En todo caso, la larga charla de sobremesa entre Enrique Múgica y el general Armada y una buena coartada para que en los meses previos al golpe el antiguo secretario del Rey insinuara o declarara aquí y allá que los socialistas participarían de grado en un gobierno unitario presidido por él o incluso que le estaban animando a formarlo, y para que en la misma noche del 23 de febrero, agitando de nuevo la banderola de la aquiescencia del PSOE, tratara de imponer por la fuerza ese gobierno. Todo esto no significa desde luego que durante el otoño y el invierno de 1980 los socialistas conspiraran en favor de un golpe militar contra la democracia; significa sólo que una fuerte dosis de aturullamiento irresponsable provocada por la comezón del poder les llevó a apurar hasta lo temerario el asedio al presidente legítimo del país y que, creyendo maniobrar contra Adolfo Suárez acabaron maniobrando sin saberlo en favor de los enemigos de la democracia.

El agujero negro

Las trampas del ambicioso llevan a la perdición.

Nada por la patria. (8)


En Barcelona, lejos ya Benasque y el amor, el periodista, que por entonces ejercía como crítico de libros en La Vanguardia, se dedicó infructuosamente a buscar "Extranjeros en su país" por las librerías. Ninguna lo tenía. En Abacus, cooperativa vinculada a la organización de enseñantes socionacionalista -neologismo obligado porque si no sería nacionalsocialista- Rosa Sensat, donde vendían los libros con descuento, un dependiente le dijo con gran firmeza al interfecto (que lo traduce del catalán):
-Aquí eso no lo tenemos, ni lo queremos tener.
-¿Por qué? -preguntó el periodista con la dosis precisa de ingenuidad ficticia que se requiere para extraer algo más que un pinzamiento de labios de los siempre desconfiados nacionalistas catalanes sensateros (que no sensatos).
-A nuestro público no le interesan ess cosas.
¿Cómo podía aquel dependiente saber qué cosa era un libro que no había visto jamás, del cual no se había publicado recensión ninguna, que nadie había comentado en público? Los misterios del nacionalismo son insondables, pero sus boicoteos eficacísimos. ¿Cómo podía no interesar al público de una cooperativa de educadores catalanes una obra cuyo tema eran los problemas de los educadores en Cataluña?

Anatomía de un instante. (3)


El gesto más obvio que contiene el gesto de Suárez es un gesto de coraje; un coraje notable: quienes vivieron aquel instante en el Congreso recuerdan con unanimidad el estruendo apocalítptico de las ráfagas de subfusil en el espacio clausurado del hemiciclo, el pánico a una muerte inmediata, la certidumbre de que aquel Armagedón -como lo describe Alfonso Guerra, número dos socialista, que se hallaba sentado frente a Suárez- no podía saldarse sin una escabechina, que es la misma certidumbre que abrumó a los técnicos y directivos de televisión que vieron la escena en directo desde los estudios de Prado del Rey. Aquel día llenaban el hemiciclo alrededor de trescientos cincuenta parlamentarios, algunos de los cuales -Simón Sámchez Montero, por ejemplo, o Gregorio López Raimundo- habían demostrado su valor en la clandestinidad y en las cárceles del franquismo; no sé si hay mucho que reprocharles: se mire por donde se mire, permanecer sentado en medio de la refriega constituía una temeridad lindante con el deseo de martirio. En tiempo de guerra, en el calor irreflexivo del combate, no es una temeridad insólita, sí lo es en tiempo de paz y en el tedio solemne y consuetidinario de una sesión parlamentaria. Añadiré que, a juzgar por las imágenes, la de Suárez no es una temeridad dictada por el instinto sino por la razón: al sonar el primer disparo Suárez está de pie; al sonar el segundo intenta devolver a su escaño al general Guitiérrez Mellado; al sonar el tercero y desatarse el tiroteo se sienta, se arrellana en su escaño y se recuesta en el respaldo aguardando que termine el tiroteo, o que una bala lo mate. Es un gesto moroso, reflexivo, parece un gesto ensayado, y quizá en cierto modo lo fue: quienes frecuentaron a Suárez en aquella época aseguran que llevaba mucho tiempo tratando de prepararse para un final violento, como si una oscura premonición lo acosase (desde hacía varios meses cargaba con una pequeña pistola en el bolsillo; durante el otoño y el invierno anteriores más de un visitante de la Moncloa le oyó decir: De aquí sólo van a sacarme ganándome en unas elecciones o con los pies por delante); puede ser, pero en cualquier caso no es fácil prepararse para una muerte así, y sobre todo no es fácil no flaquear cuando llega el momento.

jueves, 25 de junio de 2009

Los políticos deben estar al loro

Nada por la patria. (7)


Ser españolista y estar censado en Cataluña significa no ya ser un catalán indeseable, un mal catalán o un ciudadano de segunda clase; significa algo peor: significa ser un no catalán, un cuerpo extraño, un tumor o un virus con el que los catalanes de verdad se ven obligados a convivir muy a su pesar. Lo explicaban muy bien, ya en 1978, Imma Tubella y Eduard Vinyamata en su "Diccionari del nacionalisme" (La Magrana), cuya definición de la voz "espanyolista" comienza así: "Todo aquel que es favorable a la integridad territorial del Estado español y que, consiguientemente, es contrario a las reivindicaciones nacionales de las naciones administradas por dicho estado."
¿Por qué merecen ser llamadas españolistas esas gentes con las que el narrador va a dare de bruces dentro de un instante y de las cuales ahora ya sabe que en su mayoría son de izquierdas y tienen un más o menos activo pasado antifranquista? Pues merecen el insulto supremo porque habiendo nacido en Cataluña o fuera de ella tienen como lengua materna el español o castellano, al igual que la mitad por lo bajo de los ciudadanos de esta Comunidad Autónoma. Esa peculiaridad, en sí o por sí sola, no sería necesariamente mala, como no es malo el judío que actúa como buen patriota francés, ni es malo ser negro si se tiene el propósito sincero de volverse blanco aunque sea poco a poco. Lo malo empieza cuando se afirma "Black is beatiful", cuando se pretende mantener la lengua materna castellana (cooficial en el territorio junto con la catalana) en todos los usos, incluidos por tanto los formales y los escolares. ¿No les basta con los periódicos, las radios, las televisiones, los bares, las discotecas, las calles, el mismísimo campo del Barça, los patios de los colegios? ¿Quieren encima el aula y las circulares del Ayuntamiento y la Generalitat?

En política nunca hay que perder la compostura

Anatomía de un instante. (2)


A finales de 1989, cuando la carrera política de Adolfo Suárez tocaba a su fin, Hans Magnus Enzemberg celebró en un ensayo el nacimiento de una nueva clase de héroes: los héroes de la retirada. Según Enzemberg, frente al héroe clásico, que es el héroe del triunfo y la conquista, las dictaduras del siglo XX han alumbrado el héroe moderno, que es el héroe de la renuncia, el derribo y el desmontaje: el primero es un idealista de principios nítidos e inamovibles; el segundo, un dudoso profesional del apaño y la negociación, el primero alcanza su plenitud imponiendo sus posiciones, el segundo, abandonándolas, socavándose a sí mismo. Por eso el héroe de la retirada no es sólo un héroe político: también es un héroe moral. Tres ejemplos de esta figura novísima aducía Enzensberger: uno era Mijaíl Gorbachov, que por aquellas fechas trataba de desmontar la Unión Soviética; otro, Wojciech Jaruzelski, que en 1981 había impedido la invasión soviética de Polonia; otro, Adolfo Suárez, que había desmontado el fraquismo.

miércoles, 24 de junio de 2009

Anatomía de un instante

A partir de hoy os iré poniendo esbozos de "Anatomía de un instante", el último libro de Javier Cercas con el 23-F de protagonista.



¿Cómo se me ocurrió escribir una ficción sobre el 23 de febrero? ¿Cómo se me ocurrió escribir una novela sobre una neurosis, sobre una paranoia, sobre una novela colectiva?
No hay novelista que no haya experimentado alguna vez la sensación presuntuosa de que la realidad le está reclamando una novela, de que no es él quien busca una novela, sino una novela quien lo está buscando a él. Yo la experimenté el 23 de febrero del 2006. Poco antes de esa fecha un diario italiano me había pedido que contara en un artículo mis recuerdos del golpe de estado. Accedí; escribí un artículo donde conté tres cosas: la primera es que yo había sido un héroe; la segunda es que yo no había sido un héroe; la tercera es que nadie había sido un héroe. Yo había sido un héroe porque aquella tarde, después de enterarme por mi madre de que un grupo de guardias civiles había interrumpido con las armas la sesión de investidura del nuevo presidente del gobierno, había salido de estampida hacia la universidad con la imaginación de mis dieciocho años hirviendo de escenas revolucionarias de una ciudad en armas, alborotada de manifestantes contrarios al golpe y erizada de barricadas en cada esquina; yo no había sido un héroe porque la verdad es que no había salido de estampida hacia la universidad con el propósito intrépido de sumarme a la defensa de la democracia frente a los militares rebeldes, sino con el propósito libidinoso de localizar a una compañera de curso de la que estaba enamorado como un verraco y tal vez de aprovechar aquellas horas románticas o que a mí me parecían románticas para conquistarla; nadie había sido un héroe porque, cuando aquella tarde llegué a la universidad, no encontré a nadie en ella excepto a mi compañera y a dos estudiantes más, tan mansos como desorientados. Nadie en la universidad donde estudiaba -ni en aquella ni en ninguna otra universidad- hizo el más mínimo gesto de oponerse al golpe; nadie en la ciudad donde vivía -ni en aquella ni en ninguna otra ciudad- se echó a la calle para enfrentarse a los militares rebeldes: salvo un puñado de personas que demostraron estar dispuestas a jugarse el tipo por defender la democracia, el país entero se metió en su casa a esperar que el golpe fracasase. O que triunfase.

martes, 23 de junio de 2009

Los malos políticos, con más o menos gracia, se limitan a pasarse la pelota los unos a los otros.

Nada por la patria. (6)


Es una situación deseperada, pero no grave. Por lo menos para nosotros. Julio Anguita dijo no hace mucho, y yo lo anoté textualmente: "Cualquier vida humana vale más que todas las ikurriñas y todas las banderas de España juntas." Máximo publicó uno de esos dibujos que se han ganado el derecho a no ser llamados chistes y que Antonio Elorza denomina "el nosesabequé de Máximo". Está en el cielo el triángulo, están los montes pelados tras la llanura, están el hombrecillo y su sombra, está en primer término un libro, con la ikurriña a pie de cubierta y todas estas palabras sobre ella: "Katecismo vasko. No matarás. Ni siquiera por Euskadi y su autodeterminación."
Ser disidente es ahora mismo estar contra ETA y contra los GAL, "contra todo nacionalismo, contra la inmersión lingüística de los niños catalanes. Es el único espacio que nos han dejado. Todo lo demás está integrado, engullido por el sistema en sus diversas versiones, de derechas y de izquierdas. Pero mingún humorista gráfico es hoy disidente en Cataluña. Por lo visto, muerto Perich del mismo mal que Kerouac, el título del bufón en la corte de Pujol deja más que satisfechos a los supervivientes.
En la España franquista, Cesc publicó un dibujo donde se veía un cochazo de rico con una pegatina en el cristal trasero que decía "Català a l´escola". A su lado, un pobre inmigrante con boina llevaba en el culo de su destartalada bicicleta otra pegatina, más sucinta: "Escuelas". Ningún humorista ha osado publicar -o no le han dejado hacerlo sus democráticos jefes- el equivalente actualizado de ese dibujo en la Cataluña pujoliana.

domingo, 21 de junio de 2009

Dos hombres buenos más

Como explico en el "post" de abajo esta semana se han ido dos hombres buenos. Pero la vida sigue y me ha regalado la llegada de dos hombres buenos. Dos sobrinos, dos gemelos. Pau y Martí que se suman a la retahila de sobrinos: Thor, Roger, Làia, Pol, Arnau, Ona, Ada, Xavier...La vida es como es, pero la vida sigue.


Dos hombres buenos menos.




La semana nos ha dejado con dos hombres buenos menos...Eduardo Puelles y Vicente Ferrer. Esta semana acaba con el mundo un poco peor.

sábado, 20 de junio de 2009