jueves, 25 de junio de 2009

Nada por la patria. (7)


Ser españolista y estar censado en Cataluña significa no ya ser un catalán indeseable, un mal catalán o un ciudadano de segunda clase; significa algo peor: significa ser un no catalán, un cuerpo extraño, un tumor o un virus con el que los catalanes de verdad se ven obligados a convivir muy a su pesar. Lo explicaban muy bien, ya en 1978, Imma Tubella y Eduard Vinyamata en su "Diccionari del nacionalisme" (La Magrana), cuya definición de la voz "espanyolista" comienza así: "Todo aquel que es favorable a la integridad territorial del Estado español y que, consiguientemente, es contrario a las reivindicaciones nacionales de las naciones administradas por dicho estado."
¿Por qué merecen ser llamadas españolistas esas gentes con las que el narrador va a dare de bruces dentro de un instante y de las cuales ahora ya sabe que en su mayoría son de izquierdas y tienen un más o menos activo pasado antifranquista? Pues merecen el insulto supremo porque habiendo nacido en Cataluña o fuera de ella tienen como lengua materna el español o castellano, al igual que la mitad por lo bajo de los ciudadanos de esta Comunidad Autónoma. Esa peculiaridad, en sí o por sí sola, no sería necesariamente mala, como no es malo el judío que actúa como buen patriota francés, ni es malo ser negro si se tiene el propósito sincero de volverse blanco aunque sea poco a poco. Lo malo empieza cuando se afirma "Black is beatiful", cuando se pretende mantener la lengua materna castellana (cooficial en el territorio junto con la catalana) en todos los usos, incluidos por tanto los formales y los escolares. ¿No les basta con los periódicos, las radios, las televisiones, los bares, las discotecas, las calles, el mismísimo campo del Barça, los patios de los colegios? ¿Quieren encima el aula y las circulares del Ayuntamiento y la Generalitat?

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