jueves, 29 de noviembre de 2012

Contra la corrupción política

Traidor Nacional de Cataluña

También me toca admitir que, una vez comprobado mi estado de ánimo actual, nada resulta tan sano como desertar de las fidelidades mentales que lleva implícitas el terruño de nacimiento. Señores, tengo a bien aceptar gustosamente el título honorífico de Traidor Nacional de Cataluña que acabo de concederme con la aquiescencia implícita y mayoritaria de mis exconciudadanos.    

Diarios de un francotirador, ALBERT BOADELLA

martes, 27 de noviembre de 2012

Una misma voz en toda España

Editorial de UPyD.

                                                                                                                                         "Unión Progreso y Democracia nació desde Euskadi para ser un partido nacional que se presenta en toda España sin franquicia, sin cambiar las siglas y sin aceptar excepcionales". Con esta frase, Rosa Díez ha explicado por qué el partido del que ella es portavoz no puede contemplar alianzas, coaliciones o cualquier tipo de asociación con otras fuerzas políticas. Díez ha puesto el ejemplo de lo sucedido al PSOE con el PSC o al PP con UPN. Los partidos otrora nacionales han desaparecido de Cataluña y Navarra respectivamente. Es más, populares y socialistas se han ido desfigurando como partidos españoles para convertirse en sendas coaliciones de intereses regionales, en las que las decisiones no se toman pensando en el interés general, sino tras alcanzar un pacto entre las diferentes baronías o tras la victoria de una de ellas sobre el resto. Así se explican, en buena medida, los males de España. UPyD puede compartir ideas y valores con todos los partidos, salvo con las franquicias políticas del terrorismo. Y dentro de su modelo de democracia entiende el acuerdo y el pacto entre formaciones legítimas como métodos imprescindibles para impulsar reformas importantes y garantizar la gobernabilidad. Así lo ha demostrado en Asturias tras el acuerdo firmado con el PSOE, o en Alcalá de Henares (a pesar de que el PP parezca dispuesto a dinamitar su acuerdo con el partido magenta). Así lo ha demostrado llegando a acuerdos con el PP para fomentar la custodia compartida, o con el Gobierno el fin de los privilegios penales de partidos y sindicatos, o con todos los grupos para reclamar una estrategia contra los suicidios. Pero para que el diálogo sea efectivo y sus resultados justos, las partes deben ser honestas y transparentes, y deben recogerse todos los puntos de vista. En España ha habido posiciones que han dejado de estar presentes en el debate político. Son las que UPyD ha retomado y ha logrado poner sobre la mesa. Lo ha podido hacer porque es un partido independiente, sin cadáveres en los armarios ni hipotecas por pagar. Además, puede defender sus ideas en toda España, y explicar a los ciudadanos que el que vota a UPyD en Gerona y el que lo vota en Huelva están votando lo mismo. Y esto, en España, es un caso único. Para que no se excluya del debate público - ni hoy ni en el futuro - ningún asunto que afecte al interés general, es imprescindible un partido inequívocamente nacional. Sin esta presencia, el debate, los acuerdos y los pactos que configuren la España del futuro estarán sesgados. Bien porque se hayan excluido cuestiones clave o bien porque no se hayan escuchado todas las voces. Cuando UPyD presentó la querella contra Bankia - sirva esta experiencia como ejemplo -, algunos, al no encontrar otro argumento, le acusaron de actuar por electoralismo. Ahora, al quedarse lejos de obtener representación en Cataluña, los mismos critican que se haya negado a pactar con otras formaciones. UPyD, como todos los partidos, quiere votos. Pero no los quiere para que sus líderes salgan en portada, ni para colocar afiliados en chiringuitos públicos, ni para mantener el statu quo. Los quiere para cumplir su programa y su Manifiesto Fundacional. Los quiere para llevar a cabo las reformas que España necesita. Y para lograr su objetivo no puede renunciar a sus principios ni arriesgar su integridad como partido. Tiene que asegurarse de que siempre podrá decir lo mismo en todos los lugares de España.

jueves, 8 de noviembre de 2012

miércoles, 7 de noviembre de 2012

lunes, 5 de noviembre de 2012

Andrés Velencoso

Soy español, catalán y ciudadano del mundo, por este orden. No sé qué quiere hacer Mas, pero independizarnos no nos llevará a ningún sitio. Me siento entre dos aguas: soy muy catalán y defiendo a Catalunya donde voy. Y también muy español, porque mis raíces vienen de Andalucía y La Mancha.


ANDRÉS VELENCOSO

domingo, 4 de noviembre de 2012

Perplejidad catalana

La opinión de Javier Cercas en El País.


El reciente estallido independentista en Cataluña me ha sumido en una mezcla de perplejidad y aprensión. Quizá por eso casi había decidido guardar silencio escrito sobre el asunto; también porque imagino cierta afinidad con los lectores de esta columna, y lo que tengo que decir debería decírselo sobre todo a los que no piensan como yo. Pero el mencionado estallido coincidió con la publicación de mi última novela, y en las entrevistas promocionales me preguntaron por el asunto; contesté más o menos lo que sigue: Yo entiendo que haya gente cabreada y desesperada. Y también entiendo que el cabreo y la desesperación lleven a pensar que ya no podemos estar peor de lo que estamos y que es preferible emprender aventuras que seguir encerrados en este callejón sin futuro. A esto solo puedo contestar con una certeza y una confesión. La certeza es que por supuesto que podemos estar no peor sino muchísimo peor de lo que estamos (de hecho, así hemos estado casi siempre). La confesión es que a mí me encantan las aventuras, pero en las novelas y las películas; en política no: en política soy un partidario feroz del más espantoso aburrimiento, de un tedio letal, suizo o como mínimo escandinavo (y del sistema político más aburrido posible, que es la democracia). Así que, cuando oigo al presidente Mas declarar que ir hacia la independencia supone adentrarnos en “terreno desconocido”, se me ponen los pelos de punta. Para los escritores o los científicos es una obligación pisar terreno desconocido, ir “au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau”, como dice Baudelaire; pero para los políticos, eso debería estar prohibido: si al internarse en lo desconocido el escritor se cae al abismo, no pasa nada, porque solo se cae él; pero si se cae al abismo el político, nos caemos todos detrás (y el abismo es el abismo de la historia). No sé si hace falta añadir, por lo demás, que no soy nacionalista, ni independentista”. Esto viene a ser lo que dije. Desde que lo dije no ha dejado de crecer mi asombro. Me asombró que hubiera quien me felicitara por haber tenido el valor de pronunciar esas palabras. Me asombró cruzarme con una historiadora catalanista que me recordó que Pierre Vilar acuñó la palabra “unanimismo” para referirse a esos momentos sociales en que el temor acalla toda disidencia y crea una ilusoria sensación de unanimidad, y me confesó que ella no se atrevía a decir en público que discrepaba del fervor independentista. Me asombró que haya zoquetes que sigan sin entender que hoy día la izquierda y el nacionalismo –empezando en España por el nacionalismo español– son incompatibles, y zoquetes más zoquetes aún que no entiendan que una cosa es el nacionalismo catalán, que es de unos pocos, y otra cosa la lengua catalana, que es de todos, regalando así un bien común a los nacionalistas. Me asombra el asombro que ha provocado Lara al decir que Planeta se marcharía de una Cataluña independiente, y que el secretario general de ERC diga que una Cataluña independiente sería bilingüe, cuando el independentismo siempre ha sostenido que el bilingüismo conduce a la extinción del catalán. Me asombra la genialidad de Artur Mas, que de un día para otro ha conseguido que Cataluña deje de culparle de todos sus males para culpar de todos sus males a España. Me asombra (y me horroriza) que un expresidente extremeño diga que los extremeños de Cataluña deberíamos ser devueltos a Extremadura, como si fuésemos ganado, y me asombra (y me horroriza) que el presidente catalán, encargado de hacer las leyes y de velar por su cumplimiento, afirme que se saltará la ley. Dicho esto, ya me asombra menos que un escritor casi llame a la insurrección armada o que un político pida que se intervenga Cataluña con la Guardia Civil. Pero lo que más me asombra es que personas en apariencia juiciosas sostengan que la separación de Cataluña se produciría de forma cordial y sin traumas, y que casi todos parezcan creer que es imposible que la situación degenere en violencia: Dios santo, ¿ni siquiera hemos aprendido que en la historia no hay nada imposible, y que los grandes cambios casi siempre se han producido a sangre y fuego? ¿Nos hemos vuelto otra vez tan insensatos y pusilánimes como para no ser capaces de darle una salida civilizada a este embrollo?

jueves, 1 de noviembre de 2012

¿‘Quo vadis’, Artur Mas?

La opinión en El País de Ana Mar Fernández Pasarín profesora titular de Ciencia Política y de la Administración en la UAB e investigadora del Observatorio de Instituciones Europeas de Sciences Po Paris (CEE).

                                                                                                                                                              Sorprende constatar, día tras día, la ligereza con la que políticos como Artur Mas claman y proclaman la vocación naturalmenteeuropea de lo que sería un Estado catalán independiente del resto de España desplegando, para ello, una retórica de corte esencialmente antieuropea. Asombra un discurso construido en negativo, articulado en torno a unos argumentos fundamentalmente contrarios al espíritu, los valores y el derecho de la UE. “¿Cataluña, próximo Estado de Europa?”. A la vista del desconocimiento que delata una afirmación tan grandilocuente, cabe recordar al presidente de la Generalitat algunos de los principios básicos que regulan la Unión Europea. Principios constitucionales y funcionales que obligan a todos sus miembros por cuanto la legalidad jurídica no es una mera noción abstracta que se puede obviar en función de la oportunidad política del momento. El primero de ellos es el propio concepto de unión. Tal y como estipula el Preámbulo del Tratado de la Unión Europea (TUE), esta organización política encuentra su origen en la voluntad de “acercar los pueblos de Europa en una unión cada vez más estrecha” con el doble objetivo de mantener la paz en el continente europeo y lograr su prosperidad económica. Es decir, Europa como entidad política debe su nacimiento a un principio normativo meridianamente claro: es la preferencia de la unión frente a la fragmentación, la cohesión frente a la desagregación o, si se prefiere, las fuerzas centrípetas (que no centralizadoras) frente a las centrífugas lo que constituye la verdadera garantía de estabilidad política y de crecimiento económico. La actual parálisis de la arquitectura comunitaria, bloqueada por la proliferación de los egoísmos nacionales es una buena prueba de ello. El segundo principio es la idea de integración. Para unir los pueblos de Europa, la fórmula europea consiste en integrar las competencias soberanas y exclusivas de los Estados miembros. En otras palabras, en términos funcionales la construcción europea se basa en un principio básico: la renuncia progresiva, y en grados diversos, de parcelas de poder previamente en manos de los Estados (ya sea a través del gobierno nacional o de los gobiernos regionales, donde existan) y su cesión a un nivel político de carácter supraestatal. Desde la política de la competencia hasta la política monetaria pasando por la política agrícola o medioambiental, el modo de funcionamiento de la UE pasa por la inclusión en conjuntos más amplios y no por el repliegue localista. Hoy en día, el 70% de la legislación y, por lo tanto, de las políticas públicas que vinculan a los Estados miembros (y, en consecuencia, también a sus regiones) encuentran su origen en una normativa europea. Responsabilizar en exclusiva al Estado de los males propios es fácil y probablemente rentable desde el punto de vista electoral pero no se justifica desde la perspectiva de la realidad de los procesos decisorios. Ello remite a un tercer principio: el interés general. La Unión Europea ha sido posible porque unos hombres de Estado —esa categoría en vías de extinción— como Jean Monnet o Konrad Adenauer tuvieron la clarividencia suficiente para darse cuenta de que el bien particular pasa por el bien común. Tras las devastadoras consecuencias de la Primera y Segunda Guerra Mundial, precisamente relacionadas con la marea de ultranacionalismos populistas que anegaron Europa a principios del siglo XX, los Padres Fundadores tuvieron la inteligencia necesaria para darse cuenta y hacer comprender a las sociedades europeas que solo sumando y no restando se puede lograr un bien superior y en beneficio de todos. Un valor y principio de gobierno que encarna la propia idea de Comunidad Europea y condensa el lema europeo: “unidad en la diversidad”. Esta visión es también la que sustenta el desarrollo de otro vértice del ordenamiento constitucional europeo: la solidaridad interterritorial como factor de cohesión económica y social. Solidaridad europea como condición para el bienestar económico del conjunto y no de una parte de la Unión. Cataluña se ha beneficiado de ingentes cantidades de fondos estructurales europeos debido a su pertenencia a España y en virtud de la aplicación de este principio de solidaridad. El discurso actual, simplista y con tintes populistas, del expolio fiscal no es precisamente la mejor manera de hacer méritos en Europa. En efecto, ¿No augura ello acaso que, mañana, en el caso de que Cataluña tuviese que contribuir de forma neta al presupuesto comunitario, Artur Mas podría emprender una campaña en contra de Polonia, Hungría, Rumanía o Bulgaria diciendo que "roban a Cataluña"? ¿Comenzaría una campaña de propaganda en contra de la financiación de redes transeuropeas en los países de Europa central y oriental con la misma inquina con la que se está actualmente movilizando en contra del AVE gallego o del corredor central? Participar plenamente del proceso de construcción europea requiere algo más (y sobre todo, algo distinto) que el ilusionismo político, la búsqueda de chivos expiatorios y la demagogia populista e insolidaria. Por último, los anteriores principios y valores se hacen efectivos en la casa europea a través de una regla formal y de extraordinaria importancia que no se puede eludir: el respeto de la jerarquía normativa establecida y pactada por todas las partes firmantes de los Tratados constitutivos europeos. Un líder responsable tendría que tener en cuenta que amenazar con el incumplimiento de la norma constitucional adoptada en su momento dice poco o nada a favor de la fiabilidad y lealtad institucional como socio comunitario, además de que socava de manera profunda la seguridad jurídica que un jefe de gobierno debería transmitir a sus conciudadanos. Todo ordenamiento jurídico se rige por un principio esencial que es el pacta sunt servanda. Las reglas del juego están hechas para ser respetadas. Ello no significa que sean inamovibles pero sí que se deben respetar mientras no existan otras adoptadas por el conjunto de los que conforman la soberanía popular. En definitiva, no sabemos a dónde va o pretende ir el presidente de la Generalitat. Lo que sí podemos decir es que enarbolar la bandera europea es condición necesaria pero no suficiente para ser miembro de la UE. Más allá de los condicionantes legales que rigen toda adhesión, existen unos valores y principios anclados en la historia y en la propia idea de Europa unida y como tal, exigibles a todos los que pretenden formar parte de ella. Pretender jugar en la liga europea cuando uno demuestra día tras día una escasa capacidad para desenvolverse sin romper en una liga más próxima, como es la española, no parece la manera más acertada e informada de hacer valer unas credenciales europeas. En efecto, demuestra no haber entendido ni hacia dónde pretende ir Europa ni, sobre todo, a dónde no quiere volver.